martes, 1 de octubre de 2024

Diario. Martes, 1 de octubre de 2024

La Torre

martes, 1 de octubre de 2024


Salía de La Torre a eso de las 9:30. Todo iba bien. 

A las 11:00 empezaba, puntualmente, la misa de once. Todo iba bien.

Después de tantos días de asueto, mi meditativa atención tenía que centrarse en muchos asuntos pendientes. A las doce echaba un vistazo al WhatsApp y hallaba allí noventa y tantos mensajes de veintidós personas y grupos. Ante todo había que ir al banco. Mientras hacía cola iba respondiendo a algunos mensajes. Todo iba bien. 

Terminadas mis gestiones en el banco me sentaba yo cómodamente en el despacho, delante de mi Mc para anotar los movimientos del banco en las cuentas parroquiales. No sabía que todo estaba a punto de complicarse hasta la catástrofe. 



12:30

El Mc no se enciende. Después de varios intentos, se enciende pero está bloqueado. El teclado no responde, la pantalla hace guiños extraños. Sin ordenador no puedo acceder a las cuentas de la parroquia ni a nada. «No importa» —me digo y añado: «Ahora mismo vuelvo a Alicante y lo llevo a reparar».

Informo de todo a Teresa y le ruego que haga ella el certificado que acaban de pedirnos. Informo de todo a doña Nati para que sepa que no iré a comer con ella. 

13:15

Salgo para Alicante. 

14:15

Llego a la tienda de Apple. Hay que escanear un código para pedir turno. Mi turno es el 82. Pregunto que por qué turno van. Van por el setenta. Me da tiempo a comer un bocadillo en una cafetería que está al otro lado de la calle. 

15:15

Ya es mi turno y me atienden. Reparar el ordenador, aunque está obsoleto (2016), no es imposible. Pueden indicarme un lugar donde, quizá, hagan el milagro. Pero yo no puedo estar sin ordenador. Compro uno nuevo, el más barato. Doy mi contraseña de iCloud. Configuran mi nuevo Mc. Como niño con Mc nuevo, espero el momento en que todos mis documentos aparecerán, por arte de magia, en esta maravilla de aparato. Estoy lejos de sospechar que, precisamente ahora, las complicaciones devendrán en catástrofe. En efecto, mis documentos no aparecen en iCloud. He perdido todo: mis diarios —que, al menos, están en blogspot— los apuntes, las homilías, las cuentas parroquiales. El amable técnico de Apple me consuela. Por ciento y piquito de euros más pueden mandarme a casa a un sabio que quizá sea capaz de conectar un teclado a mi viejo Mc para tratar de recuperar lo que tenga allí. Pago, agradezco las atenciones y me voy a La Torre. Son las 16.30 cuando salgo de la tienda.

17:15

Llego a La Torre. 

Cuando las cosas se complican hasta devenir en catástrofe es importante no divagar. Me siento debajo del algarrobo para leer el Evangelio de San Juan. Al llegar a estas palabras del Maestro «el sembrador y el segador deben alegrarse» me quedo pensativo. Sigo: «Os envié a recoger lo que otros sembraron. El trabajo duro lo hicieron otros, y vosotros recogéis el fruto de lo que sembraron». Entonces cierro mi librito y me pongo a mirar fijamente la blanquísima pared del huerto que me devuelve la suave y brillante luz del sol otoñal como envolviéndome. Dice mi ángel: «Perder es ganar». Empiezo a hacer mi oración cabe el algarrobo. 

17:50

Muy reconfortado por la oración, juzgo que ha llegado el momento de pasear por el palmeral rezando los misterios dolorosos y sembrando este desierto con Avemarías. Sin yo pretenderlo, este se ha convertido en otro día de asueto y vuelvo a comprobar que el mundo no necesita de mi meditativa atención ni de mi Mc para seguir dando vueltas en torno a una Cruz majestuosamente inmóvil en el centro de todo. 

18:10

Me pongo a ordenar mi biblioteca. Avanzo poco porque, cada libro que tomo entre mis manos me invita a releerlo. Vuelvo a leer, al azar una página de Chesterton en «La Nueva Jerusalén»: «Nuestra fina tradición patriótica de política exterior parecía estar haciendo cosas irracionales y fortuitas. Me embargó un cierto temor. Y no es por la Tierra Santa por lo que yo temía». Abro, al azar, «Una escala humana» y hallo estas preguntas: «¿Quién va a querer ser sorprendido formando parte del pelotón de los rezagados? ¿Quién va a exponerse, por la insistencia en defender unos principios distintos a los que impulsan la marcha de los tiempos, a la mofa?». Dejo esos y otros libros en el montón de los que esperan acomodo en mi biblioteca porque me apenaría olvidarlos allí, silenciosos y mudos. 

18:42

Juzgo que ha llegado el momento de aprovechar este día de asueto para rezar vísperas. Oficio de la memoria de Santa Teresa del Niño Jesús. Recuerdo que su imagen, en un altar lateral de la iglesia de San Miguel donde —expuesto en una urna de cristal— está también la imagen del Niño que besamos en Navidad, está adornada con muchas flores. 

Luego me pongo a responder a algunos de los ochenta y seis mensajes de WhatsApp que están pendientes de respuesta. 

18:58

Me llama don JCR. Ha muerto en Venezuela don JSD. Lloramos juntos. 

Juanjo Sánchez Denis era hijo de un empresario de Zaragoza y de una señora francesa. Era ingeniero industrial o algo así cuando lo conocí en Pamplona. Además era paracaidista y otras cosas. 

Fue ordenado en La Guiara por el obispo de allí. Allí volví a encontrarlo cuando fui a La Guaira en comisión de servicios o algo así. 

En Pamplona consiguió aficionarme a los paseos por los bosques y montañas de allí y en La Guiara me cuidó como una madre cuando tuve un neumotórax que podría haberme matado. 

Discutíamos mucho. Él era más listo que yo y me ganaba siempre en las discusiones aunque yo nunca le daba la razón. 

Antes de volver yo a Españita nos despedimos con un abrazo y no volvimos a vernos. 

Hace dos años o así leí su tesis doctoral titulada «Los perros de Epulón». Era una diatriba —o así me lo pareció— contra los liberales. 

Antier el archidiácono me mandó una foto de Juanjo con este mensaje: «Está muy malito». 

Hoy don JCR me ha dado la noticia, tan triste, de su muerte. Hemos llorado juntos pero luego, cuando ha terminado nuestra conversación, me ha parecido oír a mi ángel: «Mujer, ¿por qué lloras?»Entonces muchas cosas han venido a mi memoria. Lo de mi neumotórax en Venezuela, lo de sus cuidados maternales, los paseos por los bosques y montañas de Navarra, el aspecto fiero, adusto, ingenieril, implacable de mi amigo Juanjo que, en su corazón, escuchaba la música de Palestrina con la misma atención que su cabeza prodigiosa dedicaba a la lectura de Santo Tomás de Aquino. 

Hay que advertir que don Juan José Sánchez Denis —además del francés y el español que hablaba con fluidez y elocuencia hasta el punto de la poesía— sabía latín y calculaba admirablente sus versos como buen ingeniero. 

Querido Juanjo, amigo. Ruega por nosotros. 

19:30

Me pongo a escribir esto. Me duelen las manos. Reflexiono. ¿Acaso no tomé mis pastillas contra la artritis el domingo?.

Y mi ángel: «No las tomaste. Llevas tres meses de asueto entre viajes a Suiza y misas en parroquias que no son las tuyas y andanzas de acá para allá. Llevas tres meses divagando. Y te estás haciendo viejo. Es normal que algo te duela». 

20:15

Acabo de escribir esto en mi nuevo Mc. No sé cómo decir que siento, al mismo tiempo, una gran pena y un gran consuelo: una especie de inquietud, dolor de articulaciones, nostalgia y alegría.

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