viernes, 17 de abril de 2020

Viernes de la Octava de Pascua en una iglesia vacía

Seguimos en la Octava de Pascua. Hasta hoy el evangelio nos llevaba a meditar en las cosas que pasaron el primer día de la semana, el día de la resurrección. Entonces todo eran rumores, carreras, sobresaltos. Los que veían al Señor resucitado quedaban tan impresionados por la sorpresa, el temor y la alegría que no acababan de creer.
Ahora ya creen y, como decía el Papa esta mañana en Santa Marta, se van familiarizando con Jesús resucitado.
Han vuelto a su vida normal de pescadores y allí, en la barca, en el Mar de Galilea, que también se llama lago de Tiberíades, desde la orilla,  Jesús les pregunta: «Muchachos, ¿teneís pescado?». «¡No!» gritan ellos desde la barca.
El evangelio no dice que gritasen pero dice que la barca estaba a doscientos codos de la orilla, unos cien metros. Y para que te oigan a cien metros tienes que gritar. Además, en el mar los pescadores estaban acostumbrados a gritar de un barco a otro y a oír los gritos del patrón dirigiendo la faenas.
«Echad la red a la derecha y encontraréis».
Jesús habla a sus apóstoles como un patrón. Los llama «muchachos» y dirige la pesca. Hoy en día, en vez de decir «Muchachos ¡a la derecha!», seguramente les habría dicho: «Muchachos, a estribor».
Juan lo reconoce en seguida: «Es el Señor». Y nadie se sobresalta. Al contrario: Pedro se ciñe la túnica y, mientras los otros arrastran la pesca hacia la orilla, él se echa al mar y recorre a nado los cien metros que lo separan de Jesús.
Luego almuerzan, todos juntos en la orilla con Jesús, y ese misterio tan sobrenatural que es la reunión alegre de Dios con los hombres parece la cosa más natural del mundo.
Comenta san Agustín que en la primera pesca milagrosa Jesús dijo a sus discíulos que echaran las redes pero no les dijo a la derecha o a la izquierda porque ahora, en la iglesia estamos reunidos buenos y malos. En cambio en la segunda pesca milagrosa les dice que echen las redes a la derecha porque, al final de los tiempos solamente los santos se sentarán a la mesa del Señor. Y concluye diciéndonos: por tanto, no imitéis a los malos cristianos.
Pedimos hoy por intercesión de la Virgen María que, los que participamos ahora de la Eucaristía podamos sentarnos con el Señor en la mesa del Cielo. 

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