miércoles, 15 de abril de 2020
Miércoles de la Octava de Pascua
Seguimos en la Octava de Pascua, sin salir del primer día de la semana.
Muy de mañana María Magdalena llora junto al sepulcro vacío; allí se le aparece el Señor y, muy contenta, corre a dar la noticia a los Apóstoles.
Por la tarde de ese mismo día dos discípulos que no han creído en el anuncio de las mujeres, se alejan de Jerusalén tristes, preocupados y asustados. Por el camino se les aparece el Señor y, aunque no lo reconocen, oyéndolo hablar notan que algo cambia en sus corazones. Si iban tristes, empiezan a apuntar en su interior, la alegría y la eperanza. Si no habían creído empiezan a preguntarse: ¿Y si fuera verdad? ¿Y si las mujeres realmente hubieran visto al Señor resucitado?
No quieren apartarse de ese amigo que han hecho en el camino y que les ha cambiado el corazón: «¡Quédate con nosotros».
En Emaús Jesús se sienta con ellos a la mesa y, al partir el pan, lo reconocen. Jesús desaparece de su vista y ahora son ellos los que corren de vuelta a Jerusalén para anunciar la resurrección.
Esta misma mañana he leído en Religión en libertad un artículo que habla de un jovén frances, ateo y no bautizado. Decide ese joven estudiar Filosofía y, al mismo tiempo, chino porque piensa que el conocimiemto de una cultura muy distinta de la suya puede ayudarle a encontrar respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida. Más adelante, trabajando ya como profesor, ve por casualidad la Misa en el programa de la TV francesa El día del Señor. Un texto de san Mateo (20, 28) toca su corazón: el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos. Le ocurre lo mismo que a los discípulos de Emaús, sin saberlo se ha encontrado con Cristo resucitado y no quiere dejar a ese nuevo amigo. Decide volver a ver el programa cada domingo y, finalmente, asiste a una Misa en Notre Dame. Después de una experiencia con una congregación misionera en China madura su vocación al sacerdocio. Se ordenó hace dos años, se cumplirá el tercero en junio.
Jesús resucitado, hoy como siempre, sigue hablando al corazón de los hombres. En la celebración de la Eucaristía, hoy como siempre, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan; se ofrece en el altar y renueva la oblación que hizo de una vez por todas en el Calvario enregando su vida para la salvación de muchos.
Hoy como siempre la Iglesia, confortada por la presencia de Jesús resucitado, anuncia la Buena Nueva gozosa: «es verdad, el Señor ha vencido a la muerte; el Señor ha resucitado».
¡Reina del Cielo, alégrate!
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