martes, 21 de abril de 2020
Martes de la II semana de Pascua
«Tenéis que nacer de nuevo» dice Jesús a Nicodemo.
En la vida cristiana hay cosas que solamente podemos recibir con gratitud, y cosas que debemos hacer con la ayuda de la gracia.
Los tres primeros sacramentos —bautismo, confirmación y eucaristía— se llaman sacramentos de la iniciación cristiana porque son los que nos introducen en la vida divina. Nadie puede bautizarse a sí mismo, ni confirmarse a sí mismo ni preparar por sí mismo —aunque sea el mejor cocinero del mundo— el alimento de vida eterna. Todo eso se nos da como se nos ha dado la vida.
Luego viene nuestra tarea con ayuda de la gracia: con la fuerza del Espíritu Santo, trabajar por la unidad y por la paz.
Alguien podría pensar: «Estoy bautizado, confirmado y comulgado. Además estoy casado o soy sacerdote. ¡Ya está!» Pues no, no está. Precisamente porque has recibido tanto, tienes ahora que vivir conforme al don que has recibido. Y, como no siempre vivimos conforme a ese don, necesitamos todos el sacramento de la penitencia.
El Papa hablaba esta mañana en santa Marta de tres cosas que pueden sembrar división en la iglesia: el dinero, la vanidad y la murmuración. Y recordaba que solo siendo dóciles dóciles al Espíritu Santo podremos evitar esos peligros con un espíritu nuevo.
Para moderar un partido de fútbol hace falta un árbitro imparcial. En política, para mediar entre progresistas y conservadores, probablemente hará falta un moderado, alguien que no sea tan progresista que desprecie la tradición ni tan conservador que desprecie el progreso.
Pero, para poner armonía en la iglesia y en el mundo, donde están mezclados los buenos y los malos, hace falta alguien que sea muy bueno, no un tibio. Alguien que se deje guiar en todo por el Espíritu de Dios.
Y esto debe ser materia de examen para un cristiano. ¿Hago uso de mi dinero conforme al Espiritu de Dios? ¿Ando buscando la gloria de Dios o busco el aplauso y la admiración de los hombres? Cuando hablo ¿edifico y enseño o divido y siembro cizaña?
El dinero puede ser motivo de discordia. Para poner armonía entre ricos y pobres nadie mejor que Cristo que, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos a todos. De Él aprendieron los primeros cristianos a poner en común sus bienes y así, con el desprendemiento de cada uno, se creó una gran riqueza común. Hasta el día de hoy nadie pasa necesidad en una comunidad cristiana sin que todos lo auxilien y lo rodeen de cariño.
La vanidad divide. Para superar esa competencia y ese deseo de aparentar, nadie mejor que Cristo que, despojándose de su gloria, pasó por uno de tantos. Y así, en la Iglesia, hasta el Papa se arrodilla ante Cristo en el sacramento de la penitencia para confesar sus pecados y recibir la absolución.
Para superar esas divisiones que introduce la murmuración, nadie mejor que Cristo que nos ha dicho: «no juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados». Y hasta el día de hoy la Iglesia Santa que aprende de su Maestro acoge en su seno a buenos y malos dejando que sea Dios quien juzgue las intenciones del corazón.
Unidos al Papa pedimos hoy, con toda la Iglesia, por intercesión de la Santísima Virgen María: «Señor, envía tu Espíritu».
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