La Torre
lunes, 19 de mayo de 2025
Ayer, domingo, a las nueve y media de la mañana llegaba a Torremendo, recordaba que el pueblo estaba celebrando la romería de San Isidro en la pinada y, dando media vuelta, regresaba a San Miguel.
A las doce empezaba la misa en San Miguel. Sin coro. ¿Por qué? Lo sabría más tarde: al parecer, los coristas habían sido agitados por un episodio borrascoso.
Había pocos niños en misa y la congregación parecía algo tensa. A falta de coro, cantaba yo de lo lindo y mi voz quedaba eclipsada a veces por la voz de tenor de Zvignev, el polaco.
Los niños de catequesis habían preparado unos rosarios para que yo los bendijera. Olvidé bendecirlos después de la homilía así que los bendije al final de la misa. Luego, vueltos hacia la imagen de la Virgen del Rosario, cantamos el Venid y vamos todos… Había un ambiente muy primaveral, a la vez festivo y amenazante. ¿No cesa, a veces, el alegre gorjeo de los pájaros de un modo repentino cuando se oye un trueno? Estábamos allí cantando como niños —despreocupadamente— a la Virgen pero yo presentía como la sombra de unos nubarrones.
Recordé entonces la Cruz de mayo —toda florida— que hemos erigido junto a la puerta de la iglesia. Pedí al monaguillo que me trajera el acetre y el hisopo e invité a la congregación a congregarse en El Paseo, cabe la cruz de mayo. La bendije.
De camino hacia la sacristía iba saludando a unos y a otros. ¿Por qué —si todos parecían muy dichosos— sentía yo la amenaza de alguna furia?
Llegué a la sacristía y me despojé de los ornamentos. Estaban allí Ana Isabel y Wider sonrientes —como siempre— y muy primaverales. Justo entonces se desató sobre los tres una breve pero violenta tempestad. Pusimos cara de «aquí no ha pasado nada»
A la una y media, Ana Isabel, Wilder y yo pasamos a recoger a doña Nati. Wilder nos condujo hasta la casa de Armin y Heidi y volvió a San Miguel con Ana Isabel.
Heidi y Armin nos presentaron a sus amigos: Marian y Rolando. Luego nos sirvieron una sabrosa comida suiza rematada con tabla hispano-suiza de quesos y con un pastel de naranja y limón hecho por las mágicas manos de Heidi.
A las cuatro y media, Wilder venía a buscarnos. Nos despedíamos de Armin, de Heidi, de Rolando y de Marian. Doña Nati, por ser chica, tenía que despedirse con tres besos —muac, muac, muac— de Armin, de Heidi, de Rolando y de Marian. Doce besos para una despedida. Pero yo, por ser cura, podía despedirme estrechando las manos de Armin, de Marian y de Roland y reservando el «muac, muac, muac» para Heidi.
A eso de las siete y media me llamó el archidiácono y solamente entonces recordé que los de Torremendo —que estaban celebrando la romería de San Isidro— me esperaban a las ocho para la misa y la procesión. Salí pitando para Torremendo, claro.
A eso de las diez terminaba el castillo de fuegos artificiales. Todos nos felicitábamos porque este año san Isidro nos ha bendecido con abundantes y benéficas lluvias. Hasta Emilio —el colmenero— estaba contento por las lluvias que traen flores y alegran a las abejas.
…
Hoy es lunes. Son las cinco y media y me despierto y rezo laudes.
Son las siete menos cuarto y el cielo está ñublo —como a mí me gusta— y salgo para el hospital.
A las ocho ya he celebrado, en el hospital, la primera misa del día.
A las doce ya he celebrado la segunda misa del día.
A las seis y media de la tarde ya he celebrado la tercera misa del día: un funeral en los Montesinos.
A las ocho ya estoy en La Torre. Mi plan es dormir aquí, celebrar mañana en la ermita y salir luego para la estación donde tomaré un tren que me llevará hasta Madrid. Ese es mi plan pero Ana Isabel me manda un mensaje en el que me sugiere que revise mis billetes de tren porque a ella le suena que yo los había sacado para la semana que viene.
Más razón que una santa tiene Ana Isabel: mi tren saldrá de Alicante el martes 27.
Pues nada, a gozar de La Torre y de un día de asueto lejos de esa hermosa primavera de San Miguel que —si te descuidas— puede mandarte al infierno después de haberte prometido el cielo.
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