lunes, 5 de mayo de 2025

Diario. Lunes, 5 de mayo de 2025

 San Miguel de Salinas

lunes, 5 de mayo de 2025


A las ocho abro la iglesia y me entrego a mis oraciones. 


A las nueve, los de la oficina de Caja Rural tienen el honor de recibir a su primer cliente del día: yo. Entro humildemente en la oficina y todo se ilumina. 


Ali, su mujer, su hija Ramona, su yerno y sus dos nietas han anunciado que han llegado de Holanda que vendrán a misa de once. Ramona está malita. Después de la misa ella y yo nos sentamos en el rincón de San Miguel para charlar largamente. 

A las doce y media nos despedimos y salgo para el hospital donde me espera Andrés, el organista, porque vamos a celebrar un funeral por el Papa. 

Llego a comer a casa de doña Nati a las tres. Me ha esperado en ayunas. ¡Qué amable!

Visita al Santísimo. Veo un largo programa sobre el cónclave. Voy a la iglesia y me siento para mirar fijamente al sagrario. 

Dan las seis y voy al garaje donde me espera Wilder que se va a llevar el coche de La Torre para lavarlo. 

De vuelta a la casa abadía me encuentro con Analía y charlamos. Luego me detiene Román y me invita a sentarme con él en una mesa de la terraza del JJ porque tiene graves asuntos que tratar conmigo. Le digo que no tomaré nada. Señala a su hijo que está correteando por El Paseo: hay que bautizarlo. Luego me presenta a su hija Sarai y me recuerda que la bauticé hace tres años: está en edad de hacer la primera comunión. Le pido su número de teléfono y mando la información a Teresa para que hable con Román. 

Hago un par de llamadas y escribo esto. 


Vísperas. 

Son las siete y once: vuelvo al garaje para ver si el coche está listo porque tengo que salir para Los Montesinos. Llevo conmigo el tomo cuarto de los Sermones parroquiales de Newman. 

Está lloviznando. Wilder no ha vuelto. Abro el garaje y paseo leyendo la introducción al tomo cuarto. 

A las siete y treinta y cinco, llega Wilder con el coche como nuevo aunque remojado. 

Salgo para Los Montesinos y deja de llover. ¿La verde campiña se extiende hasta las salinas rosadas bajo la juguetona luz del cielo arrebolado? Sí. 

Tercera misa del día. 

Extiendo las manos para hacer la oración colecta y no puedo dejar de fijarme en una araña que pende del micrófono y se balancea sobre el libro de la sede. Al terminar la oración, conforme a las rúbricas, junto las manos y —disimuladamente— atrapo a la araña. Entonces, disimuladamente, me froto las manos. 

Antes de sentarme en la sede con las palmas sobre las rodillas como manda el buen gusto litúrgico, sacudo mis manos para deshacerme del cadáver y asegurarme de que no quedará pegado a la  blanquísima casulla.


De vuelta a San Miguel aparco en el garaje de Más y Más. Mi Lamborghini ya no está allí. Reviso mi WhatsApp y sí, tengo un mensaje de Bruno: que se ha llevado el coche y que puedo pasar mañana a recogerlo. Me felicito. 


Hago la compra y vuelvo a la iglesia. Encuentro allí a una joven vecina de San Miguel. Sentada en el primer banco y sonriente, parece estar escuchando algún tipo de música o mensaje celestial. Intento no hacer ruido y pasar inadvertido. 


Cena ligera en la casa abadía. 


He prometido a doña Nati:

1. Que hoy mismo le devolveré todas las fiambreras —Samira dice que son cinco y yo digo que son dos pero Samira porfía— que me he llevado de su casa. 

2. Que, antes de irme a la camita, pasaré por su casa para besar sus manos. 


Son las nueve y media cuando me pongo a escribir esto y me dispongo a visitar a doña Nati.

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