Nació en Ayora el 19 de abril de 1931. Que nació en Ayora era algo que yo sabía. De la fecha de su nacimiento me he enterado ahora que se ha ido al cielo.
Desde que nos conocimos, en 1987, nuestras conversaciones han sido siempre de un laconismo que ya querrían para sí los lacedemonios.
Como don Vicente no conducía, más de una y más de diez veces le hice de chófer en sus viajes a Madrid o pasé a recogerlo para irnos juntos a algún retiro, convivencia o excursión. Podíamos pasar cuatro horas seguidas sin pronunciar otra cosa que las avemarías, padrenuestros y glorias del Santo Rosario al que era aficionadísimo.
Precisamente volviendo de Madrid -hace años- nos paró la guardia civil al salir de una gasolinera por la parte de Albacete. Yo, que todavía no era sacerdote, iba trajeado y con corbata. Él iba con sotana, empuñaba el rosario -que, en sus manos enormes parecía más bien una espada Tizona o Colada- y tenía un aspecto imponente. Cuando el guardia observó nuestra severa solemnidad se apresuró a explicarnos -en realidad se dirigía todo el rato a don Vicente- que estaban haciendo unas pruebas aleatorias -dijo "aleatorias"- de alcoholemia y pidió permiso a don Vicente para que su chófer se sometiera a esa infamia. Por entonces esos controles no eran tan comunes como ahora. Don Vicente se encogió de hombros y dijo: Bueno. Me hicieron soplar, volví al coche, reanudamos el rezo del rosario y no hubo ni un comentario sobre el enojoso asunto. Al terminar los rezos dijo: ¿No vamos muy despacio? Yo no dije ni que sí -íbamos a la velocidad máxima permitida- ni que no, pero aceleré y él se puso a rezar el breviario.
Lo que ustedes no saben es que don Vicente López ya era -entre otras cosas- canónigo penitenciario de la concatedral de san Nicolás de Alicante, rector del Seminario y profesor de Historia de la Iglesia.
Cuando salía el tema de la Historia de la Iglesia, don Vicente se volvía locuaz. Era imposible colarle de matute una fecha inexacta o un Cipriano XXIII como Papa.
En días muy señalados -dos o tres veces al año- don Vicente cantaba Alma corazón y vida -creo- y entonces se emocionaba visiblemente.
Para un sacerdote no puede haber estima más estimable que la de su propio obispo. Pues bien, don Vicente López gozó de la estima de: don Pablo Barrachina -que fue obispo de esta diócesis durante unos mil años o así- don Francisco Álvarez, don Victorio Oliver y don Rafael Palmero, actual obispo de la diócesis de Orihuela-Alicante. Fue una estima patente y reconocida públicamente por todos ellos. No fue esa estima de chico, plas, plas -palmaditas en la espalda- que simpaticote que eres, no. Fue esa estima con la que los obispos honran a los sacerdotes discretos, humildes, trabajadores, fieles, lacónicos y eficaces. Fue esa estima que los obispos manifiestan a esos sacerdotes con los que pueden contar para los asuntos más graves y a quienes pueden encomendar los cargos más onerosos sabiendo que nunca pedirán a cambio ni homenajes ni cuotas de poder ni espacios televisivos ni nada de nada.
Mi última excursión con don Vicente fue a Burriana, Castellón y Villareal con motivo de la exposición de la Luz de las Imágenes. Estuvo muy locuaz. Me enseñó entonces todo lo que sé acerca de los bizantinos y de sus correrías por el Levante español.
La última vez que le hice de chófer fue hará cosa de un mes. Habíamos asistido juntos a un Círculo de Estudios -creo que se dice así- y, al terminar lo llevé a su casa. Durante el Círculo -Dios me perdone si me equivoco- estaba don Vicente profundamente dormido. Subimos en ascensor hasta su piso y, al salir del ascensor, se apoyó en la pared porque ya no podía sostenerse sobre las piernas y fue resbalándose sin decir nada y sin hacer gestos raros y como aceptando simplemente que, cuando ya las piernas no te sostienen, lo mejor que puedes hacer es apoyarte en la pared y dejarte caer suavemente. Aún así, tirado en el suelo, me parecía un gigante Llamé al timbre. Acudió su amable hermana y, entre los dos, sentamos a don Vicente en una silla de ruedas. Le dije Adiós, don Vicente y él me dijo Adiós dooon Javieeer. Y ya está. No he vuelto a verlo.
Se fue al cielo hace nueve días, el diez de octubre.
Don Vicente, ruega por nosotros.
Me siento extrañamente conmovida y en silencio interior ante este sencillo retrato tan humano.
ResponderEliminarPues ya verá cuando lea la cita de Shakespeare que le he dejado tras su comentario anterior. ¡Viva Shakespeare!
ResponderEliminarFue un gran hombre y un gran sacerdote. Le conocí como profesor de Historia de la Iglesia, y en verdad se quitaba uno el sombrero en sus clases, magistrales por toda la sabiduría que desprendía, y a la vez sencillas y contadas como un cuento.
ResponderEliminarCuéntenos d. Javier, cuando una vez le llamó a ud
" danzarín".
Descansa en paz.
A ver, déjeme que piense quién puede ser usted. Alumno de don Vicente... amigo mío... conocedor de la historia del danzarín... Creo que ya lo sé. Pero no fue "danzarín" lo que me llamó sino "figurín". La historia podría comenzar así: "Acababa el mes de enero del año 1988 y en la concatedral de san Nicolás un hervidero -je, je, he dicho "hervidero"- de gente esperaba la llegada de don Pablo Barrachina -obispo de Orihuela- y el comienzo de la Misa Pontifical. Una hermosísima dalmática envolvía al joven diácono que se abría paso entre la multitud".
ResponderEliminarLa historia podría acabar así:
"Ese joven diácono era..."
Pero no destripemos la historia. Quizá la cuente algún día. Si usted viene por san Miguel de Salinas -y si es usted quien pienso conoce de sobra el camino- lo invitaré a comer y brindaremos por don Vicente puestos en pie. Cuando usted se vaya contaré los cubiertos para asegurarme de que no falta ninguno.
En efecto, era figurín, y no danzarín jejeje.
ResponderEliminarParece que comer pasas le está ayudando con sus recuerdos y luchando con eso de "don Javier, de feliz memoria".
Si me invita a esa comida yo pondré el vino para el brindis por d. Vicente, prometo no sustraerle ninguna pieza de su cubertería.
Un abrazo,
¡Hecho! ¿Cuándo? ¿Mañana?
ResponderEliminarMañana estoy de canguro con el hijo de mi hermano y cuñada, a quien Ud conoce. Soy además su padrino, en marzo hará 3 primaveras. Le encantaría a Ud conocerlo, adora la música clásica, los conciertos de cuartetos, espineta y música antigua, ( por supuesto, jugar, correr saltar, reiir....)
ResponderEliminarTeo promete, y no tengo duda de que llegará lejos.
Prometo avisarle con tiempo, aunque siempre nos quedará La Cueva de la Tia Ramblera, lo conoce Ud ya? Apuesto a que sí.
Ahora se llaman simplemente "Las cuevas". Por eso las conozco. Si me hubieran dicho que se llamaban "Las cuevas de la tía Ramblera", no sé... creo que me habría inhibido un poco.
ResponderEliminarSon diferentes las cuevas de "las cuevas de la Tia ramblera" en la segunda no se pero en la primera se come genial. ¿Las conoce ya?
ResponderEliminarYa entiendo,sobrino don Javier,que te gustasen las historias de gigantes,me acuerdo de las Virtudes.Si,un anciano enfermo,tirado en el suelo,puede ser muy grande.Si don Vicente te quería y confiaba en tí para traerle y llevarle,seguro que no le importa que tu tia le pida que ruegue por ella.Un abrazo de Janusa.Y doña Virginia tiene razón,nos has dejado un relato humano,sencillo y precioso.
ResponderEliminarLacedemón o Lacedemonia (en griego Λακεδαίμων o Λακεδαιμωνία) era en tiempos históricos el nombre correcto del estado espartano.
ResponderEliminarCortesía de,
JyY
Amen (a lo de "D Vicente , ruega por nosotros)
ResponderEliminarMuy bueno el elogio a D. Vicente. Doy gracias a Dios por haberlo conocido y por la ayuda que me brindó cuando se hizo necesario. Descanse en paz
ResponderEliminarBienvenido, don Pedro José. Gracias por su visita, por su recuerdo de don Vicente y por su oración.
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