San Miguel de Salinas
martes, 8 de abril de 2025
¿Qué hay que hacer el quinto domingo de Cuaresma por la tarde? El quinto domingo de Cuaresma, por la tarde, hay que velar las imágenes. Y eso hice antier con la ayuda de Ana Isabel, de Wilder y de Camila a quienes, luego, invité a cenar.
…
¿Y ayer? ¿Qué había que hacer ayer? Pues ayer había que celebrar misa en el hospital, y luego había que ir al banco. Había que celebrar en San Miguel y luego había que ir al Seminario de Orihuela porque teníamos reunión con el obispo. Y eso hice antes de comer. Por la tarde aún tenía que celebrar otra misa en Los Montesinos y eso hice.
…
Hoy, después de la misa en San Miguel, he ido a Correos para recoger un paquete que venía de Alcalá de Henares: del obispado, por más señas.
Los impacientes lectores de este diario ya se están preguntando por el contenido del convoluto. La impaciencia es mala.
En la oficina de Correos había una señora extranjera enviando y recogiendo cartas en una ventanilla. Me han atendido en la otra ventanilla y, en menos de tres minutos salía yo con mi lindo paquete debajo del brazo y escuchando en YouTube las canciones de La Taberna errante.
«¡Señor! ¡Señor!».
Eso gritaba la extranjera que ha salido corriendo de la oficina de Correos y me ha perseguido, calle abajo.
«¿Se lleva usted mis cartas?».
No tendría nada de extraño que yo hubiera olvidado en la oficina el móvil, o las llaves de casa, o la cartera, o que el paquete que llevaba debajo del brazo no fuera el que me han mandado de Alcalá sino uno dirigido a la extranjera. Pero no, en el paquete que yo llevaba debajo del brazo ponía claramente mi nombre y mi dirección. Me he detenido y he extendido mis manos hacia la agitada extranjera mostrándole, en la una, el convoluto y, en la otra, mi iPhone.
«¡Oh!»
Tras esta exclamación, la agitada extranjera se ha dado la vuelta y ha salido corriendo hacia la oficina de Correos. Y yo he vuelto a la casa abadía oyendo Against Modern Songs.
Graves asuntos requerían mi atención y me ha parecido que el paquete debía esperar. Lo he dejado en la mesa del despacho.
Solamente después de comer en casa de doña Nati y de hacer la visita al Santísimo, de vuelta a la casa abadía, he abierto el paquete. Dentro había una carta pulcramente mecanografiada y firmada por don José Luis GS, un arquitecto amable. En realidad nunca nos hemos visto aunque nos hemos escrito y, no hace mucho, le mandé un par de libros.
En la carta, entre otras cosas, me rogaba que aceptase su regalo —un comentario a los salmos— y me daba las gracias por estos diarios que, al parecer, lee con algún interés.
He ojeado el libro: La sabiduría de los salmos. He leído el prólogo de Scott Hahn. He leído la introducción del autor, Peter J. Kreeft, un sabio. He leído el índice que indexa o indica doce capítulos dedicados, cada uno, a un salmo. Me he dicho: «Muy bien Javier, ya tienes lectura espiritual para doce días.
A las cuatro y media he salido para el hospital porque teníamos allí el retiro mensual.
A las seis he salido del hospital porque tenía que celebrar misa en Los Montesinos.
A las siete y cuarto he salido de la iglesia de Los Montesinos y…
«¿Qué ven mis ojos?»
Sí, en el parque infantil, empujando el columpio de su nieta, estaba el carnicero de La Murada. ¿Sivila? Sí, Sivila. Me miraba con los brazos abiertos y me he allegado a él con los brazos abiertos y nos hemos abrazado con tanto contento que hasta la nieta sonreía.
La Murada fue mi primer destino como párroco. El carnicero de La Murada y su amable esposa fueron mi Paco y mi doña Nati de allí. Sus hijos —Salva y Mari Carmen— fueron, desde el primer día, mis amigos más fieles. A Salva —monaguillo ejemplar— le dediqué unos versos. A Mari Carmen —una especie de princesa— le dediqué otros versos.
Salva y Mari Carmen tienen ahora la edad que teníamos el carnicero de La Murada, su amable esposa y yo cuando nos conocimos.
Pero, espera un momento: ¿Qué ven mis ojos? ¿Es la esposa del carnicero de La Murada esa especie de llama de fuego alegre que corre hacia nosotros y me abraza y me regaña porque hace añales que no voy a verlos?
Sí, es ella. Se diría que, cada día, se hace más pequeña por fuera y más grande por dentro
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