jueves, 18 de septiembre de 2025

Diario. Martes, 16 de septiembre de 2025

 San Miguel de Salinas 

martes, 16 de septiembre de 2025


Me despierto a las dos y pico y empiezo a leer el libro que me regalaron en Crevillente. Es un libro de poesías. En la página 33 encuentro este consuelo: 


En estas noches oscuras, 

en la tierra del desierto, 

se acumulan las palabras

se precipitan los versos. 


No fueron los días claros 

los de más inspiración, 

fueron los días amargos 

sin sentido y con dolor,

los que engendraron con vida

y parieron con amor. 


La noche que se hace larga,

oculta fuentes de amor,

aguas más puras que amargas, 

y frutos de la pasión. 



Como todo el mundo sabe, el centro de la vida de un cristiano no es las poesía sino la misa.  

En San Miguel de Salinas la celebramos de lunes a sábado a las once de la mañana y los domingos a las 12:30. 

Hoy, como es martes, he celebrado a las once de la mañana. 

Detrás de mí, una congregación escasa, amable y silenciosa. ¡Qué bien!

He predicado sobre los santos Cornelio y Cipriano. Nadie ha llorado pero, terminada la misa, uno ha pedido confesión y otra ha entrado en la sacristía para preguntar por el tratado de san Cipriano sobe el Padrenuestro. 



He comido en Torrellano con Ana Isabel y Wilder. 

Como invitaba yo, hemos hablado de poesía. 

Cuando nos han traído el primer plato, me he puesto a recitar lo de En estas noches oscuras. 

Wilder, de inmediato, ha dejado de comer y, cuando hemos llegado a lo de «La noche que se hace larga, / oculta fuentes de amor» se ha puesto a llorar disimuladamente. 

Ana Isabel, en cambio, ha seguido zampándose su ensalada como si nada y, luego, ha dicho: «No entiendo de poesía pero creo que esta se entiende». 

Luego ha besado a Wilder llamándole «mor» y he aprovechado ese momento romántico para ponerles una nota a pie de página: «˝San˝ es apócope de ˝santo˝ como ˝mor˝ es aféresis de ˝amor˝». 

Como ellos, ajenos a mi erudición, seguían haciéndose arrumacos, he decidido concentrarme en el segundo plato: secreto ibérico.  



He cenado en San Miguel: en casa de Ana Isabel & Wilder, por más señas. 

No hemos hablado de enfermedades ni de poesía porque teníamos ganas de escuchar a la niña Luciana y a la niña Camila. 

Ellas aún no saben hablar de enfermedades ni de poesía. Ellas hablan diciendo cosas que acaban de descubrir. No disertan sobre un tema. Son superelocuentes, o algo así, a su manera.

Su madre las vigila porque las conoce y sabe que Luciana —con su elocuencia— va a tratar de dejarse en el plato cierta verdura y que Camila —con la suya— va a procurar ganarse un helado de postre. 


Ya de noche —y de  vuelta a la casa abadía— fantaseo: soy obispo y tengo cocinera y chófer. 

Así, fantaseando, me lavo los dientes que aún me quedan y —rezadas las tres Avemarías— me dejo caer sobre la cama y me duermo y me quedo como entre las azucenas olvidado, o algo así.

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