SanMiguel
sábado, 23 de marzo de 2024
El miércoles no escribí mi diario. ¿Por qué? Porque anduve muy ocupado con la visita del obispo que vino para devolver al culto la capilla del hospital que había sido profanada en noviembre del año pasado.
Reunidas unas treinta y cinco personas, Andrés atacó el canto de entrada y el archidiácono abrió la procesión llevando la Cruz robada y devuelta por los amables profanadores.
El altar estaba desnudo: sin velas, sin flores, sin manteles. Así, desolado, está el altar de una capilla que ha sido profanada. El sagrario limpísimo —gracias, Analía— vacío y abierto: «Se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto».
Detrás del archidiácono y de la Cruz, el arcipreste de Torrevieja, el capellán del hospital, el secretario del obispo y el obispo. Andrés sigue cantando y tocando el órgano. El archidiácono erige la Cruz junto al altar y el obispo va a la sede sin besar el altar desolado. Bendice el agua, la asperge sobre el altar y sobre los fieles, hace la oración colecta y todos se sientan para escuchar la proclamación de la Palabra.
Toma la palabra el obispo para explicar la Palabra proclamada. Todos los ojos están fijos en él.
Oración de los fieles. En la última prez suplicamos al Buen Dios que conceda el descanso eterno a don José Luis Arnal, el anterior capellán que murió en ese mismo hospital pocos días después de la profanación y rezando por los amables profanadores.
Entonces, el archidiácono y el capellán, extienden sobre el altar los manteles, ponen las velas sobre los manteles y las encienden. Extienden sobre el altar el corporal y preparan las ofrendas. Cuando todo está listo, el capellán invita al obispo —ahora sí— a venerar el altar con un beso. Y el obispo —obedientísimo— obedece al capellán y, acercándose al altar, planta allí un beso que expresa la locura de amor que se desata cuando la Iglesia se encuentra con Cristo.
La misa siguió como de costumbre.
El jueves tampoco escribí mi diario porque anduve ocupado con otras cosas. Por ejemplo, con el cumpleaños de Yolima.
El viernes tampoco escribí mi diario porque llegué a casa muy tarde, después de la misa de la Virgen de los Dolores y del Via Crucis.
Son las once de la noche del sábado. Ando escribiendo este diario en la víspera del Domingo de Ramos. Hemos celebrado la misa de las cofradías y el presbiterio de la iglesia parece un bosque encantado porque cada hermano mayor ha plantado allí su estandarte. Después de la misa, Miguel ha anunciado su despedida con un bonito discurso y la banda del pueblo ha dado un concierto.
22.35
Mari Sol me manda un wasap: «Hemos terminado». Quiere decir que —con la ayuda de Wilder y de Fede— han terminado de preparar el paso de la Virgen de los Dolores y que tengo que bajar a cerrar la iglesia.
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