sábado, 30 de mayo de 2020
San Fernando
8:30
Voy a la iglesia.
Wasap de Joan. Que ha pasado una mala noche y no vendrá.
Oración de la mañana.
Oficio de Lecturas y Laudes.
Preparo la homilía y la mando la traducción a Sidmouth.
11:15
Voy a acudir a mi cita con Newman cuando se abre la puerta de la iglesia y entra un gigante con casco. ¡Cielos! ¡Es Ramón! Ha salido de paseo con su moto y ha pensado: «vamos a alegrarle el día a un cura amigo». Y ¡ya lo creo! ¡Qué alegría! Lo invito a un café en Collie. Me cuenta un montón de cosas buenas y muy interesantes. Nos despedimos a las 11:50.
Pongo los nuevos horarios en el tablín (¿cómo? ¿tablín no viene en el DRAE?) de anuncios.
12:30
Memoria de San Fernando. Hay que encomendar la salud de Joan, la felicidad de don Fernando Y, de Fernando A, de Fernando M y de Patricia y Pablo que ayer celebraron su vigésimo primer aniversario de bodas y se me pasó en Misa. Y no hay que olvidar las dos intenciones urgentes de Laura S y de Laura Floresconencanto.
Somos catorce. A ver si recuerdo los nombres de los que han venido. A la izquierda había siete: Gloria y su hermana Rita, Isabel y Carmela, Concepción y Antonio y Mari Carmen. Y a la derecha seis: Teresa, Carmen, la otra Carmela, Jeanette… Me faltan dos. Snif.
Me despido de todos en la puerta. Gloria y Rita me informan de que no les he dado la comunión a pesar de que han tratado de llamar mi atención tosiendo —cof, cof— disimuladamente y carraspeando —¡ejem, ejem!— sin disimulo.
Voy a comprar sábanas para Javier. Son 14 —catorce— euros. Tomo nota.
Llamo a Simon para que vaya a buscar las viandas a casa de doña Nati porque yo voy a comer fuera.
Salgo de pícnic a la azotea de la iglesia para que me dé el sol. Me bebo —glo, glu, glu— un botellín de agua; me zampo —ñam, ñam, mmm— un sándwich de queso gruyer y unas patatas —crunch, crunch— fritas. Espero a que el reloj del campanario dé la media y me siento a la sombra para disfrutar del fresquito y del silencio mientras trasteo en mis RRSS.
15:00
Cuando el reloj del campanario va a dar las tres, vuelvo a casa, me preparo y té y escribo esto.
15:30
Misterios gozosos en latín con el Papa Benedicto XVI.
17:00
Decenario al Espíritu Santo: la Templanza.
19:00
En la fiesta de San Bernabé de 1834, Newman predicó sobre La tolerancia dek error religoso. Es un lindo sermón, muy claro en su planteamiento y en su desarrrollo. De Bernabé, «el hijo de la consolación» dice la Escritura que «era un hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe». Newman recuerda las buenas acciones que confirman el carácter amable del apóstol pero observa que, precisamente las personas amables —Newman lo era— pueden tener una tendencia a transigir con el error. Y Bernabé se dejó llevar por esa tendencia, dice Newman, primero para no ofender a los partidarios de la circuncisión y luego para no dejar solo a su primo Juan Marcos cuando Pablo se negó a llevarlo consigo en su viaje apostólico.
El sermón ejemplifica luego, con observaciones deliciosas, ese peligro de acabar haciendo de la amabilidad el único principio de conducta.
19:30
Me voy a Torremendo para llevarle las sábanas a Javier.
20:30
Me preparo una merienda-cena ligera y una infusión de tila y trasteo en mis RRSS.
21:30
Twardowsky con tila.
Hoy elijo un verso:
ya crees en Él cuando sufres por su ausencia
Y un poema:
¿Por qué la cruz,
la sonrisa,
la herida profunda?
¿Sabes?
Está tan claro
cuando se ama…
Y termino —¡qué pena!— la antología de Adonais.
A ver qué más hay por aquí. ¡Mira, mira! ¡Mal que bien de Enrique García Máiquez! Toca releer. Mañana.
Lo imaginé allá arriba de picnic con la brisa fresquita como otro pajarillo más que cuida Dios con sábanas nuevas para que se cumpla la Escritura. Abrazos fraternos.
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