miércoles, 27 de mayo de 2020
San Agustín de Canterbury
7:30
Suena el despertador. No me duele nada. Me felicito.
8:20
Voy a salir de casa cuando veo una cucaracha enorme —de unos cinco centímetros de largo— en la pared del cuarto de estar. Voy a fumigarla cuando pienso en Gregorio Samsa. La fumigo piadosamente.
8:30
Voy a la Iglesia para rezar.
9:00
Oficio de lecturas y Laudes.
9:30 / 12:30
Cita con Newman:
Sermón del martes de la Octava de Pentecostés de 1835.
Estudiar este sermón sería de gran provecho para seminaristas y sacerdotes. Yo diría que es un modelo de apologética. Es la continuación del sermón del día anterior sobre el esquema de la historia de la Iglesia.
«La Economía del Evangelio es un fenómeno muy singular (…) si consideramos su importancia en la historia, la armonía y coherencia de su doctrina, su postura a contracorriente (…) y su éxito a pesar de esa oposición; no olvidemos (…) la intención, reconocida por parte de sus primeros predicadores, de obtener esos resultados, que realmente han obtenido. Decían estar fundando un (…) reino nuevo, renunciando al uso de la fuerza (…) habiendo de ser, no obstante, un reino agresivo e invasivo, un imperio de conquista y expansión, que destruiría todos los demás poderes y duraría para siempre. Los incrédulos suelen objetar que las profecías referidas a la venida del reino de Cristo son, en realidad, alegóricas, y, por tanto, evasivas. No es así (…). Cristo predicó que el reino «está cerca». Él lo fundó, hizo que Pedro y los demás apñostoles lo administraran tras su marcha y anunció su extensión ilimitada y su duración indefinida. Y, de hecho, existe hasta el día de hoy, con su gobernación ejercida por la misma dinastía que fundaron los apóstoles y su territorio extendido hasta más allá del mundo conocido entonces por los judíos (…) con una influencia social que se asienta en objetivos no visibles.»
Luego se dedica a examinar las pofecías que anticipaban todo lo anterior.
Su crítica del Papado en la Edad Media es muy suave teniendo en cuenta que Newman aún era anglicano cuando predicó este sermón.
Llega Simon, desmonta la ventana de la sacristía, se sube a una mesa para arreglar la persiana y está a punto de caerse por la ventana, pero no se cae. Me felicito.
Llega Teresa con un plato de queso gruyer para mí. Se lo agradezco, lo llevo a la nevera de la casa parroquial y vuelvo a la iglesia.
Llegan dos jóvenes con mascarillas y tatuajes. Que van a Tarragona y no han comido nada desde anoche y que no tienen gasolina ni capital para adquirirla mediante contrato de compra. Los acompaño al Collie y le digo al dueño que lo que gaste en ellos se lo pagaré cuando vuelva.
Veinte minutos después vuelven. Dan las gracias y les pregunto que si pueden echar una mano en la desinfección de la iglesia. Asienten. Mientras uno barre el campanario el otro friega la iglesia y, aunque le he rogado que escurra bien la fregona antes de pasarla por el suelo, lo deja todo bastante encharcado.
Como me cuentan que se dedican al negocio de la chatarra, les pido que se lleven una estructura metálica que está en el campanario y de la que llevaba años queriendo deshacerme.
Les ofrezco una gratificación de diez —diez dólares— a cada uno. La aceptan pidiendo que Dios me bendiga y me despido de ellos deseándoles que Dios los acompañe.
Joan me ayuda a secar la iglesia con una mopa mientras Teresa y Carmen montan guardia en la puerta para avisar a las feligresas que van llegando de que el suelo está muy resbaladizo.
12:30
Misa de doce y media.
La ofrezco por el alma de César Casimiro y no olvido encomendar a María y a Jacobo —que celebraron ayer su trigésimo sexto aniversario de boda— y a Laura Floresconencanto que me pidió ayer oraciones.
Hemos sido nueve. Han venido Joan, Teresa, Carmen, Isabel, Teresa Santini (inglesa casada con un italiano), Carmela y Gloria (pero no su hermana Rita).
Nos hemos despedido en la puerta y Teresa Santini me ha explicado que lleva una férula en la muñeca izquierda porque se cayó hace unos días.
14:00 / 15:30
Recojo las viandas que doña Nati ha preparado para Simon y para mí. Llevo a Simon las suyas y me zampo las mías después de bendecirlas.
Escribo esto.
15:30
Me voy a la iglesia para hacer la oración de la tarde.
16:00
Misterios gloriosos.
16:30
Vísperas
17:00
Decenario al Espíritu Santo: el fruto de la Bondad.
18:00
Voy a pagar mi deuda al Collie. Chateo con Mim, que está en Sidmouth. Me manda un mensaje Marisol. Su madre está muy malita. Me entero de dónde viven y voy a verlas.
19:49
Había quedado en llamar a Juan Antonio a las 18:00. Mensaje. No contesta.
Twardowsky se pone a observar la fauna parroquial y descubre, entre otros al moralista que, durante la adoración, sigue royendo el hueso de lo correcto, al existencialista que, como el zorro rojo, traslada sin cesar su soledad de un sitio a otro…
20:15
Me llama Juan Antonio. Nos despedimos a las 21:04. Íbamos a charlar solo cinco minutos. ¡Qué bien!
21:12
Última llamada. Que a qué hora pueden venir mañana a confesarse.
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