lunes, 20 de abril de 2020
Lunes de la II semana de Pascua
Nicodemo es fariseo. No un fariseo hipócrita como otros que se han acercado a Jesús para tenderle trampas. Él un hombre religioso, temeroso de Dios, justo y sincero. Jesús lo ha cautivado con sus enseñanzas y él reconoce que Jesús ha venido de parte de Dios como Maestro porque nadie podría hacer los signos que Jesús hace si Dios no estuviera con él.
Como tantos, incluso tantos de nosotros, los cristianos, Nicodemo quiere estar con Jesús y escuchar a Jesús pero no quiere que lo vean con Él ni que lo cuenten entre sus discípulos. Por eso va a verlo, pero va a verlo de noche.
Y Jesús le dice que, para entrar en el Reino hay que nacer de nuevo y dejarse guiar por el Espíritu y perder el miedo a lo que diga la gente.
Ser cristiano, como nos ha recordado el Papa esta mañana, no es simplemente ser bueno y disciplinado y observante de la ley. Y si no basta con cumplir los mandamientos de la Ley de Dios, mucho menos basta cumplir las leyes humanas como si el reciclar las basuras y cruzar la calle por el paso de peatones fuera el no va más del heroísmo. Ser cristiano es recibir el Espíritu Santo en el bautismo, en la confirmación, en la eucaristía —sacramentos de nuestra iniciación cristiana— y en los demás sacramentos y luego vivir con esa libertad de los apóstoles que, cuando les prohibieron predicar, respondieron: «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres».
Y, cuando todos —Herodes con Poncio Pilato y los gentiles con el pueblo de Israel— se aliaron contra Jesucristo, los apóstoles reunieron a la iglesia, «no para tomar medidades prudenciales» —ha dicho el Papa en Santa Marta— sino para orar.
A ese clamor de la Iglesia respondió el Cielo haciendo temblar la tierra y llenándolos a todos con la fuerza del Espíritu Santo para que siguieran predicando con audacia.
Por la intercesión de Santa María, Esposa del Espíritu Santo te pedimos «Señor, envía tu Espíritu».
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