miércoles, 22 de abril de 2020
Miércoles de la II semana de Pascua
Funeral de la tía Josepi
Ayer, después de la misa de doce, me comunicaron la muerte de mi tía Josefina. En la familia la llamamos «tía Josepi».
Quisiera pediros que hoy en la parroquia nos unamos a la oración y a la pena de sus hijos, de su hermana, la tía Maribel de sus nietos y de sus sobrinos.
Precisamente celebramos su funeral en miércoles, el día dedicado a san José. Aunque hoy se me ha olvidado hacerlo, los miércoles, antes de la misa, encendemos una vela junto a la imagen del santo patriarca que es patrono de la buena muerte.
La tía Josepi no solamente le tenía devoción por haber sido puesta bajo su protección desde el bautismo; además, se parecía a él en la fortaleza, en la humildad, en la ternura sin tonterías —llevaba en sus venas sangre vasca y navarra— y, lo que es más importante, se parecía a san José en la fe y en el amor a Jesús y a María.
Recuerdo que hace treinta años, cuando yo estaba recién ordenado como sacerdote, me llamó para decirme que quería dar catequesis a uno de sus nietos y que necesitaba un catecismo. Le mandé el que acababa de publicar para los niños la Conferencia Episcopal que por entonces parecía muy moderno y volvió a llamarme. Me dijo: «Javier, yo con ese catecismo no me aclaro». Le confesé que tampoco yo me aclaraba mucho con él y que en la catequesis me dedicaba a contar a los niños historias de los patriarcas, de los profetas, de la vida de Jesús y de las vidas de los santos.
No sé cómo acabaría esa catequesis y ni siquiera sé a cual de sus nietos iba dirigida pero estoy seguro de que, mejor que cualquier catecismo, la tía Josepi, con su vida, nos ha hablado de Jesús, María y José.
Cada vez tenemos en el Cielo más amigos que nos animan a vivir con alegría —los cristianos la llamamos «esperanza»— incluso en medio del dolor. Cuando vivían entre nosotros eran —como dice el Papa Francisco— los santos de la puerta de al lado. No lamaban la atención. Vivían escondidos en Dios. Ahora brilla para ellos la luz perpetua.
San José —como suelen pedirte las Hermanitas de los Ancianos desamparados, esas religiosas santas— ¡lúcete!
Santa María, que tu alegría nos lleve a estar siempre alegres con Jesús y contigo. Que tu alegría sea nuestra esperanza.
Descansa en paz, querida tía, pero no te duermas en el Cielo que aquí aún estamos peleando y necesitamos tu ayuda.
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