jueves, 26 de septiembre de 2024

Diario. Jueves, 26 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 26 de septiembre de 2024


6:00

Suena el despertador, me alarmo, recuerdo que es jueves —día de asueto— lo apago y sigo durmiendo hasta las siete.

7:40

Desayuno sin mesa ni mantel.

Oficio de lectura y laudes. 

Hay que fregar la casa abadía. Habría que hacerlo todos los días por lo de las ventanas abiertas y eso. 

9:00

Trasteo en WhatsApp y en X. 

Leo un resumen de prensa.

9:40

Abro la iglesia. Estoy en la sacristía cuando llegan Joan y Laura. Nos saludamos. Nos ayudamos a prepararlo todo para la exposición y la misa y nos sentamos para mirar fijamente al sagario. 

10:15

Me siento en el confesonario. Leo cuatro páginas de «La variación en Shakesperae y otros», de Lewis. Nos Cuenta que un día —entre el 21 y el 30 de marzo de 1781— la señora Thrale y Boswell plantearon una cuestión al doctor Johnson: ¿Quién había pintado la imagen más admirable del hombre; Shakespeare, en la descripción que Hamlet hace de su padre, o Milton con su retrato de Adán en «El paraíso perdido»? Me parece una eficacísima forma de interesar al lector que empieza a leer un ensayo sobre poesía. 

10:30

Me revisto y expongo el Santísimo. Andrés —nuestro Maese Pérez— icoa el Pange ligua: ya estamos adorando a Su Majestad. 

10:50

Joan toca la campanilla que me avisa de que ha llegado el momento de las alabanzas de desagravio: «Bendito sea, Dios; Bendito sea su Santo Nombre…». Ahora, Maese Pérez incoa el Tantum ergo. Doy la bendición con el Santísimo que está en una píxide de plata del siglo XVIII que me regalaron mis amables padres por mi ordenación. La píxide está cubierta por un conopeo blanco de seda. Para dar la bendición, la sotengo con las manos envueltas en un paño humeral del mismo material. Cada rito de nuestra vieja liturgia católica —que no envejece— ha sido elaborado con increíble sabiduría y piedad. 

11:00

La misa de once empieza a las once. Un minuto después, el reloj del campanario da las once.

11:25

Teresa entra en la sacristía muy contenta. Lleva el cestillo de la colecta y me muestra un billete de veinte euros que ha puesto allí un extranjero. Me entrega también un billete de diez euros de parte de doña —Nati que no ha podido venir— y otro billete de diez euros que pone ella misma para completar los cuarenta que tenemos que pagar al organista. Muy bien. 

12:00

Salgo para La Lloseta. Voy en silencio, sin música ni nada, muy atento al tráfico, a las señales de límite de velocidad y al paisaje verde en la Vega Baja, árido a partir de Elche y, llegando a Alicante, cerrado al fondo por el Maigmó, la Sierra de Aitana y el Puigcampana que me recuerdan mis años de párroco en Finestrat y en Sella. 

12:50

El Círculo ya ha empezado. Charlo un poco con don AFM que se está recuperando de una caída que tuvo, precisamente, bajando del Puigcampana. Charlo otro poco con don JH. Charlo otro poco con don JM y quedamos para comer el próxio lunes. Ya en la calle me encuentro con don A y charlamos largamente. Nos despedimos. Me promete que me llamará pronto y que nos iremos a comer. 

14:10

Salgo para Torrellano. El restaurante Juanín está cerrado. Como en el hotel Areca. Ensalada, corvina  y un café por diecinueve euros. 

15:15

Salgo para La Torre. 

15:35

Me siento en sillón de la abuela Paquita y termino la lectura del «Protágoras» de Platonix. Sócrates —burlándose um poco del sofista hablador— le recuerda que los sabios de la antigüedad eran tan lacónicos que resumían todo  su pensamiento en unas pocas palabras como «Conócete a tí mismo» o «Nada en exceso». 

Trasteo un poco en las RRSS. 

Salgo a pasear por el palmeral rezando los misterios luminosos como La Torre. Luego me siento debajo de un algarrobo para leer el Evangelio de San Juan. 

17:45

Salgo para La Mata. El GPS —nuevo oráculo de Delfos— me asegura que estaré allí a las 18:30 a menos que tarde un poco más o un poco menos. Me detengo en el Realengo para tomar un café con leches. Cuando salgo, el oráculo  me dice que llegaré a La Mata, si Dios quiere, a las 18.45. Pero, al llegar a la salida de Torrevieja, me distraigo y, en vez de ir hacia Torrevieja, voy hacia Los Montesinos. Cuando caigo en la cuenta de mi error, ya es tarde. El GPS me dice que llegaré a La Mata a las 18:55. 

Llego a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario a las 19:00. Un penitente pide confesión. Muy bien. La misa de siete empieza a las siete y cinco. Nadieda muestras de impaciencia. 

19:45

Salgo para San Miguel. Voy oyendo el final de la conferencia sobre Hobbes en la March que me tiene enganchado. A pesar de ello, me distraigo un poco con los caprichos que dibuja en el cielo el sol de poniente. 

20:10

Me siento ante el sagrario de San Miguel. En el paseo los de la Comisión de Fiestas han organizado un festejo con música sincopada y monótona que hace retemblar los bancos de la iglesia. Al principio me inquieta un poco. Pienso luego que lo hacen putantes se obsequium praestare Deo y comprendo que me toca cantar algo mejor o callar. 

20:45

Llego a  la casa abadía y me preparo un bocadillo con el queso suizo —regalo de Heidi y Armin— que hizo Mijail, el Maese Pérez de Flond. 

21:15

Me repantingo en un sofá para leer la «Defensa de los pesados» de Chesterton. Chesterton era pesado, sutil y divertido. Su ensayo es un malabarismo que le da la vuelta a todo y acaba siendo una refutación de los espíritus leves que se aburren mucho y le echan la culpa a la densidad del mundo real. 

21:30

Me siento delante de mi Mc para sopesar el día. Escribo esto y concluyo que —como los de los sindicalistas liberados— todos mis días son de asueto. ¡Bendito sea Dios! 

En El Paseo, unas cien personas apaluden a un cómico charlatán. «No me gusta el francés que lo hace todo tan fino. Te venden una m de colonia que ellos llaman O de Chanel. ¿Pagaríais lo que cuesta si lo anunciasen an andaluz?» Aplausos encendidos.

Son las 22:22. 

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