viernes, 17 de abril de 2020
7:15
Me despierto. No, no se oye el gorjeo alegre de los pájaros pero la mosca enorme que anoche conseguí echar de mi habitación está otra vez ahí exhibiendo su negrura sobre los visillos blancos.
Oigo la homilía del Papa en Santa Marta. Cuenta que, cuando decidió celebrar la pascua sin pueblo en la Basílica de San Pedro, un obispo bueno le hizo observar que allí había espacio suficiente para un puñado de fieles.
Me pregunto que será del Padre Arnulfo.
¿Y el desayuno? Como siempre. Hoy me hecho un zumo de naranja. Seguimos en la Octava de Pascua.
8.15
Cuando salgo para la iglesia ya están los trabajadores en la plaza con su sierra de cortar piedra.
«Esta agua bendecida, sea para nosotros salud y vida». Y tomo un poco del gel bendito que hay en la pila. Mientras avanzo hacia la sacristía voy saludando a la Virgen del Carmen, a san José, a santa Teresita…
Me siento a mirar el sagrario durante media hora.
8:45
La amable rutina de las horas y los trabajos. Porque hay que recitar la liturgia de las horas y, entre col y col, lechugas: preparar una homilía que no sea ni muy larga ni muy corta porque es Pascua; desinfectar los picaportes de la iglesia que son doce, como los Apóstoles; hacer un esquemita para la catequesis, barrer la antesacristía…
¿Y Newman? También, claro.
Hoy tocaba leer el sermón titulado «La madurez cristiana». El sagaz Newman observa que unos son los apóstoles infantiles que hacen preguntas infantiles al Maestro —«¿cuántas veces tengo que perdonar a mi prójimo?»— y otros los apóstoles maduros que dan la vida. El cambio, dice Newman, se ha producido en Pentecostés. Ahora tienen «fe, audacia, celo y dominio de sí» y no presumen de ello. Ser lo que el mundo llama un santo y saberse pecador, siervo inútil.
¿Qué hora es? Pues, espera, después de la lectura del sermón me puse a buscar el teléfono y lo hallaba en la antesacristía cuando el reloj del campanario dio las diez.
10:00
¿Qué toca a las diez? El capítulo X del Ceremonial de los obispos que es muy cortito pero me interesa sobremanera porque habla de la dedicación de una iglesia en a cual ya se celebran habitualmente los sagrados misterios. ¿Podría dedicarse de nuevo la iglesia de san Miguel? Después de su primera dedicación pasaron por ella un terremoto, una guerra durante la que todas las imágenes fueron destruidas, una reforma que, entre otras cosas, incluía un altar nuevo y, finalmente, otra reforma integral que la tuvo cerrada durante algo más de un año. Así que, si el obispo me concediera un deseo, le diría: «por favor, dedique otra vez la iglesia de san Miguel, oiga». ¿Quién sabe?
A eso de las once menos diez —mientras preparo la misa— voy buscar mi teléfono al confesonario y, al pasar junto al altar de santa Rita tengo una moción. Una voz clara y distinta dice: «Y tú, alma de cántaro, cuándo te vas a confesar?». Y yo, claro, le mando un WhatsApp a un sacerdote amigo: «¿tendrás la caridad de oír mi confesion?». Veo un mensaje de don Rafael que me recuerda que hoy es el cumpleaños del obispo. Veo otros mensajes pero ahora no los recuerdo.
¿Y el Catecismo de la Iglesia Catolica? ¡Ah, sí! Puntos 647-650.
11:30
Con el primer toque llega Teresa y se pone a fregar el aseo de la sacristía. ¡Dios la bendiga!
11:45
Después del segundo toque empiezo a revestirme para la misa con esa tranquilidad que no siempre se encuentra en las sacristías y que me permite ir recitando las oraciones: Da, Domine, virtutem manibus meis…
Terminada la misa de doce recogemos el altar y me siento a hablar largamente con Teresa.
Ya en casa oigo el mensaje en el que mi amigo sacerdote me saluda pascualmente y me recomienda con delicada caridad que acuda a otro amigo sacerdote. Le devuelvo inmediatamente el saludo pascual y, siguiendo su recomendación, mando un mensaje a otro sacerdote amigo que me dice que muy bien. Se llama don Miguel.
Preparo la comida, la bendigo y me la zampo.
15:00
Tiempo de cine.
En la tercera media hora —que vi anoche— el Blade Runner encuentra al niño que su jefa quiere matar. Es él mismo, como se colegía. O sea, que se encuentra a sí mismo. No es un replicante normal sino un nacido. ¿Quiere eso decir que el replicante al que mató al principio era su padre? En todo caso ahora tiene un problema porque si “la señora” —su jefa— se entera, las cosas se pondrán malamente para él. Tiene otro problema con su novia de toda la vida que es un holograma o algo así.
Veo la cuarta media hora. El Blade Runner encuentra a su padre que es Harrison Ford. Primero se pelean —se zurran de lo lindo— y luego se toman un güisqui. Pero llega otra replicante que ha matado a “la señora”, mata a la novia del Blade Runner, se lleva a su padre y al él lo deja muy malherido.
15:30
Escribo la homilía de esta mañana y la publico en ¿Estás content@?
16:00
Voy a la iglesia a encontrarme con don Miguel que viene a confesarme. ¡Qué bien!
Y la tarde sigue: Facebook, media hora mirando fijamente al sagrario, WhatsApp, limpieza de armarios en la sacristía, llamadas…
Una amiga de Jerez me recuerda que el domingo cumplirá ochenta y un años y me ruega que rece por ella. Nada más fácil: misterios dolorosos del santo rosario; mil cuatrocientos pasos por la iglesia.
Y otros mil luego, para ir a la tienda de Isabel y comprar alguna cosa y darle el pésame por la muerte de su hijo Gerardo.
En El mundo de ayer Stefan Zweig observa que la preocupación del famoso por la propia imagen puede llevarlo a «adoptar un cierto estilo en cada gesto» y a perder «la cordialidad, la libertad y la tranquilidad del carácter interior». (p. 410)
20:52
Voy a poner todo esto en el blog.
¡Bendito sea Dios, qué bueno es Dios! que ya recuperó los 5 punticos despistados del Gloria, a Dios en la Alturas ¡Aaaaaleluyaaaa!
ResponderEliminarAbrazos fraternos.