Sábado 21 de marzo de 2020
Funeral por el «tío Chus»
+ Lectura del santo Evangelio según san Lucas.
Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo:
«Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu».
Y, dicho esto, expiró.
Había un hombre llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo.
Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía.
El primer día de la semana, de madrugada, las mujeres fueron al sepulcro llevando los aromas que hablan preparado. Encontraron corrida la piedra del sepulcro. Y, entrando, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Mientras estaban desconcertadas por esto, se les presentaron dos hombres con vestidos refulgentes. Ellas quedaron despavoridas y con las caras mirando al suelo y ellos les dijeron:
«¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado».
Queridísima Carmen:
En circunstancias normales ayer habríamos celebrado el funeral de tu marido y la iglesia habría estado llena. Te habrían acompañado aquí Irene, que ha sido siempre para Jesús y para ti una hija queridísima; Raúl, su marido; sus tres hijos, tus hermanas, vuestros numerosos sobrinos y toda la parroquia y el pueblo de San Miguel que os conoce y os quiere.
No ha sido posible. El entierro de Jesús se ha hecho, como el de Nuestro Señor Jesucristo, sin ceremonias y casi en secreto, aunque con mucha piedad, respeto y amor. Y así, Jesús se ha marchado como ha vivido, silenciosa, discreta y humildemente.
Pero tu familia, tus vecinos y este sacerdote que se honra con tu amistad, te acompañamos ahora más que nunca y damos gracias a Dios por el buen ejemplo que Jesús y tú nos habéis dado siempre.
La primera parte del evangelio que hemos proclamado recuerda las últimas palabras de Cristo en la Cruz: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Tú marido, o como lo llaman tus sobrinos, «el tío Chus», recibió el sacramento de la Unción de enfermos hace solo unos días con tanta paz y alegría que luego lo celebramos cantando con él algunas de sus coplas favoritas. Poco después el Señor lo ha llamado a su presencia porque estamos hechos para la vida eterna y nuestras coplas de aquí son un anticipo del canto alegre que entonaremos, para siempre, en Cielo.
Después el evangelio nos recuerda con muy pocas palabras cómo fue el entierro de Jesús. Un hombre llamado José, como el bienaventurado esposo de Santa María, descolgó de la Cruz el cuerpo de Nuestro Señor, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro nuevo. Esas pocas palabras nos hablan de la piedad, amor y respeto con que fue enterrado el Señor y nos dicen que, si hay eso, piedad, amor y respeto, no hace falta mucho más para enterrar a nuestros hermanos porque la sepultura no es nuestra morada y, sobre todo, porque lo mejor viene después.
Y lo mejor es lo que cuenta la tercera parte del evangelio que hemos proclamado: el anuncio de la resurrección. Unas mujeres enamoradas van al sepulcro llevando aromas para embalsamar el Cuerpo del Señor. Van llorando y vuelven anunciando lo que han visto y oído allí: que el sepulcro está vacío y que el Señor ha resucitado.
Ahora, queridísima Carmen, lloramos contigo por «el tío Chus» como lloró Jesús por la muerte del amigo. Pero no lloramos con amargura y desconsuelo sino con esperanza, porque el Señor ha resucitado y ha abierto para todos nosotros las puertas del Cielo.
Sabes que siempre terminamos la Misa cantando a la Virgen. Hoy cantaremos la Salve Marinera en honor a la Virgen del Carmen —tu patrona— y al tío Chus le va a encantar. Y la Virgen del Carmen, que prometió llevar al Cielo a sus amigos el sábado siguiente a su muerte, ya habrá cumplido su promesa.
Querida Carmen: Que Dios te bendiga y nos bendiga a todos.
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