sábado, 26 de marzo de 2022

El hijo pródigo

 domingo, 27 de marzo de 2022

La parábola del hijo pródigo nos presenta, ante todo, a un padre buenísimo. Es un hombre rico que tiene jornaleros, criados y dos hijos, y que trata bien a todos. Ese hombre bueno de la parábola es una imagen de Dios.

Aparecen también los siervos: unos criados obedientes que hacen todo lo que les manda su señor. Trabajan y viven agradecidos porque no les falta el alimento ni el vestido ni el amor de su señor. En esos siervos buenos y obedientes podemos ver a los santos. Son los que trabajan en la viña del Señor sin quejas, con humildad y agradecimiento, sin buscar reconocimiento, aplausos o premios. Ellos viven contentos con su Dios y Señor y son los mejores hijos de Dios.

La parábola nos habla, finalmente, de dos hijos que lo tienen todo pero no son felices. Y en esos dos hijos, amable hermano, podemos vernos retratados tú y yo. 

Uno de ellos, el mayor, es un tipo serio. Él se cree muy responsable, muy trabajador, muy cumplidor y obediente. No solamente se lo cree sino que presume de eso: «porque yo, yo, yo… ¡tantos años sirviéndote sin desobedecer jamás una orden tuya!». Sí, se cree muy bueno pero es bastante ruin. Tanto que se atreve a echarle en cara su padre: «nunca me has hecho una fiesta». Es un pelma que ni ama a su padre ni ama a su hermano y que habla de ambos con desprecio: «ese hijo tuyo».

Sí, hermano, en ese gruñón podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos, cuando nos echamos en cara nuestros pecados y vivimos pensando que somos buenísimos y que merecemos más de lo que tenemos. 

El otro, el menor, es un tipo frívolo. Él se cree muy simpático y muy listo; se cree capaz de conquistar el mundo pero ni es simpático ni va conquistar el mundo. Es un pelma que solamente piensa en divertirse. Su padre, su hermano y sus criados lo aburren mucho, así que le dice a su padre: «dame la parte de la herencia que me corresponde». Luego se va de casa, lo malgasta todo, se arruina, empieza a pasar hambre y solamente entonces empieza a  echar de menos a su padre y la casa que ha dejado. 

Sí, hermano, en ese frívolo podemos vernos retratados tú y yo —hijos de Dios— cuando no nos queremos y cuando pensamos que, lo único que necesitamos para ser felices, es librarnos de Dios y de nuestros hermanos y, así, poder hacer, en cada momento, nuestro capricho. 

Estamos en Cuaresma. Con esta parábola, Jesús nos llama a la conversión. Ha llegado el momento de que tú y yo volvamos a la Casa del Padre donde nos esperan Dios, con los brazos abiertos, y sus servidores, los santos, no para echarnos en cara nuestras faltas sino para prepararnos una fiesta. 

Solamente hace falta esto: que reconozcamos a nuestro Padre común y nos dejemos abrazar por Él en el sacramento de la penitencia; que nos reconozcamos como hermanos y -muy importante- que, en adelante, aprendamos de los santos, de los que sirven al Señor y al prójimo con humildad y alegría. Porque esos son los verdaderos hijos de Dios. Con razón llaman «reina» a santa María que responde a la embajada del ángel: «Aquí está la esclava del Señor».

viernes, 25 de marzo de 2022

Solemnidad no de precepto

Jueves 24 de marzo

10:45

Llego a cierto colegio deAlicante para celebrar la Misa de 10:45. El capellán me recibe con los brazos abiertos.  

11:29 

Terminada la acción de gracias después de la Misa, el capellán me invita a un café. Yo, cura de pueblo, le ruego que me permita echarle un vistazo a la epacta porque me ha asaltado una duda. Resulta que esta tarde -víspera de la Anunciación- tengo un entierro en la parroquia: ¿puedo celebrar Misa de Exequias?

El capellán, presbítero sabio y santo donde los haya, me ataja conduciéndome a la cafetería del colegio: «¿Qué más da lo que diga la epacta? Lo que importa en una parroquia es enterrar a los muertos cuando se han muerto». 

Muy confortado por esas palabras, lo sigo hasta la cafetería. 

12:30

Llego a la Biblioteca Sacerdotal. 

13:30

Acabado el Círculo sacerdotal al que asisto en religioso silencio, comienza la tertulia sacerdotal. Me atrevo a preguntar si alguien sabe si se puede celebrar Misa de Exequias en la víspera de la Encarnación y se desata una tormenta de opiniones contradictorias. Al mismo tiempo me arrepiento de haber abierto la boca y me acuerdo de que puedo consultar la epacta  en mi teléfono, un iPad. 

Consulto la epacta en mi teléfono. Tendría que haber empezado por ahí. Dice la epacta que la Misa de Exequias se puede celebrar en las solemnidades que no son de precepto.

17:30

Víspera de la Encarnación, solemnidad no de precepto. Celebro en San Miguel la Misa Exequial de un ser humano fallecido ayer. Me asiste un diácono permanente revestido con dalmática negra. 

18:15

Terminada la acción de gracias después de la Misa Exequial, empieza la reunión ordinaria del Consejo de Pastoral. 

19:00

Terminada la reunión ordinaria del Consejo de Pastoral, voy a dar la unción de enfermos y el viático a un ser humano. 

20:00

Vísperas de la Encarnación. Solemnidad no de precepto. La salmodia del Oficio empieza así: 

Laudate, pueri Domini, laudate nomen Domini. 

lunes, 21 de marzo de 2022

San Miguel 1722-2022

 domingo, 20 de marzo de 2022


Don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón…

¿Por qué voltean las campanas deSan Miguel? Voltean porque la parroquia fue erigida hace 300 años y el obispo acaba de llegar. 

¿Es el que viene al volante de ese automóvil? El mismo. 

Veamos: el párroco —vestido con una sotana que le viene un poco corta y revestido con un roquete que le viene muy grande— sale al encuentro del obispo llevando en la mano el acetre lleno de agua bendita. Veo un hisopo dentro del acetre. 

¿Sonríe el obispo? Sí, sonríe y rocía al párroco con agua bendita. Inmediatamente —don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón— saluda al diácono permanente —don David Olivares— y  a los presbíteros que van a concelebrar con él: don Rafael Mora y don Francisco Román. 

Ahora el párroco y el diácono —don-dilón, don-dilón, don-dilón-dilón— avanzan por la vía sacra. Los sigue el obispo que saluda y es saludado por los amables feligreses. El obispo se  arrodilla en un reclinatorio y adora al Santísimo Sacramento. Joan detiene el volteo. Silencio. 

Mira, el obispo se ha levantado y sigue al párroco hasta la sacristía. ¿De qué van a hablar? El párroco le va a preguntar al obispo que qué Plegaria Eucarística quiere rezar y el obispo le va a decir que la tercera. Luego el párroco le va a decir al obispo que si le parece bien que se use el incienso solamente en la procesión de entrada y el obispo le va a decir que le parece de perlas. Luego el párroco le va a preguntar que si quiere que el diácono invite a los fieles a darse fraternalmente  la paz en el rito de la paz y el obispo le va a decir que sí. ¿Nada más? Sí, algo más. El párroco le va a decir al obispo que ha preparado una sacristía en la capilla de las confesiones para que se revista. 

Mira, ya salen de la sacristía. ¿De que habrán hablado?

Ahora el obispo se está revistiendo y, mira: el párroco sube al ambón. ¿Qué va a decir?

Va a decir: «El obispo ha llegado sano y salvo, gracias a Dios, y vamos a empezar enseguida. Muchos os estáis preguntando que por qué ha desaparecido  la hermosa Cruz que suele estar junto al altar. No la hemos quitado porque haya venido el obispo sino  porque se ha roto una rueda de la peana que hizo el herrero. Aprovecho para rogar a los que podáis hacerlo que habléis con el herrero. A ver si para la Semana Santa podemos tener otra vez en el presbiterio la hermosa Cruz de siempre». Eso va a decir el párroco. 

Mira: ahora el párroco vuelve a la capilla de las confesiones. Vayamos tras él para ver qué se cuece allí. 

El diácono presenta el incensario ante el obispo y el párroco abre la naveta repleta de oloroso incienso. El obispo pone el  incienso en el incensario y lo bendice. Una fragancia como de oloroso incienso empieza a llenar toda la Casa. El párroco hace una señal a la directora del Coro, doña Delia. Doña Delia hace una señal al coro y empieza el canto de entrada: «Ven a celebrar el amor de Dios». 

El párroco hace una señal al diácono y el diácono abre la procesión de entrada con el incensario humeante. Lo siguen los amables concelebrantes y, a ellos, el obispo revestido con ornamentos morados, porque estamos en Cuaresma, y armado con el báculo del pastor y tocado con la mitra que añade a su estatura unos veinte centímetros y nos invita a mirar hacia el Cielo.

Ahora el diácono se inclina ante el Santísimo Sacramento. Ved que no hace una genuflexión porque nadie debe hacer genuflexiones si lleva cosas en las manos. Pero ved cómo, después, el obispo, que lleva el báculo en la mano izquierda, y los concelebrantes, que llevan las manos juntas, hacen una genuflexión ante el Santísimo. Y así queda claro que la primera función del báculo es servir de apoyo al obispo cuando adora a Dios. 

Ya están ante el altar. El obispo se despoja de la mitra y del báculo porque va a besar y a abrazar el altar como quien abraza y besa a Cristo y porque va a rodear el altar perfumándolo con incienso como quien perfuma el mundo en el que Cristo se encarnó, se ofreció, murió y resucitó. 

Vedlo y oídlo. Porque aún se oye el canto de entrada. 

La Misa sigue como de costumbre. «En el Nombre del Padre…». Y una monición del obispo que se encomienda a San Miguel porque sabe que, desde el momento en que roció con agua bendita al párroco en la puerta de la iglesia, ha comenzado una batalla contra el diablo. «Y la frontera que  nos divide —dice el obispo— no está fuera de nosotros sino dentro: en nuestro corazón. No pensemos — sigue la monición del obispo dando en el clavo— que fuera están los malos y aquí están los buenos. Conversión es lo que pedimos con nuestro acto de contrición». 

Vaya. Ahora el obispo confiesa públicamente ante Dios Todopoderoso y ante nosotros —nos llama «hermanos»— que ha pecado mucho. Hasta el párroco se une a su confesión y suplica a los hermanos que rueguen por él. 

Andrés, el organista, incoa el Kyrie de la Misa de Angelis. Nos unimos con entusiasmo a esa súplica de perdón. El obispo hace la oración colecta suplicando al Buen Dios que mire nuestra pequeñez y nos levante un poco con su Misericordia. 

Luego el obispo se sienta en la sede y don Francisco Román le ofrece la mitra. 

Todos vamos a escuchar la palabra de Dios, sentados. Pero solamente hay uno que escucha la palabra de Dios sentado en la sede. Hoy, el que está sentado en la sede es el obispo. La mitra que lleva sobre su cabeza nos invita a mirar a Cielo mientras Teresa proclama la primera lectura que habla de Moisés y de su suegro,  Jetró, sacerdote de  Madián, y de la zarza ardiente. 

¿Y el salmo? El salmo viene después de la primera lectura. «Bendice, alma mía al Señor». Oíd cómo responden todos, cantando: «El Señor es compasivo y misericordioso». 

Doña Nati proclama la lectura de san Pablo que nos dice que quien bebe de la Roca que es Cristo y luego anda murmurando no debe sentirse seguro por beber de la Roca y es muy posible que caiga por murmurar.

Ahora el coro empieza a cantar «Tu Palabra me da vida» y el diácono se levanta y se inclina ante el obispo suplicando que lo bendiga  para que pueda proclamar dignamente el Evangelio. Y el obispo, obediente, lo bendice y se quita la mitra y se pone de pie, porque va a escuchar el Evangelio, y vuelve a tomar el báculo para apoyarse y apoyarnos en Dios. Y el diácono proclama dignamente el Evangelio de la higuera. 

Mira, ahora el obispo deja el báculo y se pone otra vez la mitra. Eso quiere decir que va a hablar y que nosotros tenemos que escuchar mirando al Cielo. Y el obispo empieza a hablarnos de cosas del Cielo y de Cristo que es el Cielo en la tierra. Dice que a Jesús le  encanta estar con los niños, que durante los trescientos años que cumple la parroquia han pasado cosas maravillosas en la parroquia y que…

Pero mira. Hay más de treinta niños delante del obispo. Lo están mirando. Atentamente. 

…y que, durante trescientos años, mucha gente ha entrado en esta parroquia y ha salido de aquí mejor de lo que ha entrado porque han escuchado la Palabra de Dios que nos llama a la conversión y a la vida eterna. Y que ni los buenos son los que nos caen bien ni los malos son los que nos caen mal porque todos necesitamos conversión. Y que hay tres panes —el de trigo, el de cultura y el de la Eucaristía— que hacen crecer a los niños en estatura, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. Y que esos tres panes se han dado en esta parroquia durante trescientos años. Y que, en resumen, no hay otro modo de ser feliz que ser santo. 

Vaya ¡se acabó la homilía! El obispo canta «Credo in unum Deum» que es el Credo de toda la vida. Y, cuando llega a lo de la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen María, se inclina. Y eso quiere decir que todos debemos inclinarnos en esa parte del Credo. 

Ahora empieza la Oración de los Fieles. El diácono nos invita a rogar por lo que interesa y todos cantamos: «Te rogamos, óyenos». 

Oíd. El coro empieza a cantar y —ved— los niños llevan las ofrendas al obispo y el obispo las recibe sonriendo y diciendo, oíd: «¡Qué bien, qué bien!».

Y va a empezar la Liturgia Eucarística. El obispo se quita el solideo y dice «El Señor esté con vosotros». Y la Misa sigue como de costumbre. «Sanctus» que quiere decir «Santo es el Señor Dios del Universo». Y las campanillas que agita en diácono porque viene la consagración y tenemos que arrodillarnos ante el Señor que viene. Y el diácono nos invita a darnos fraternalmente la paz de lo cual resulta un caos amable de abrazos etc. 

Ahora el «Agnus Dei» que quiere decir  «Cordero de Dios». Y la comunión. Y el coro empieza a cantar el «Tú Señor me llamas». Los niños que van a hacer la primera comunión en mayo se acercan para recibir la bendición del obispo. «Tú has venido a la orilla». 

Muy bien. Ha terminado el rito de la Comunión. El obispo se ha sentado y todos están el silencio. 

Mirad, el párroco baja del presbiterio. 

Oíd, el organista incoa una melodía que parece un canto eucarístico famoso en el norte de Españita. Oíd, el párroco y el organista empiezan a cantar en vasco una alabanza a Jesús Sacramentado. 

Mirad: el obispo, que ha estado sonriendo durante toda la Misa ya no sonríe, se ha echado a reír. 

martes, 15 de febrero de 2022

Crónica de Orihuela (II)

sábado, 12 de febrero de 2022


Ha venido usted aquí para leer esta «Crónica de Orihuela II» porque arde usted en deseos de saber cómo acabó la gran fiesta. Muy, bien. 

        Pero antes debo contar cómo siguió. Y siguió así de bien. 

La catedral de El Salvador estaba limpísima, lindísima y abarrotada. Pero aún había más gente fuera, dispuesta a seguir la ceremonia desde unas pantallas que no eran gigantescas pero sí muy grandes. Yo encontré un sitio muy bueno en la girola, cabe la puerta de la capilla del Santísimo, detrás de la sede episcopal. 

Don José Ignacio llegó a la Puerta de Loreto y se oyó la voz del Nuncio Apostólico, don Bernardito Cleopas Auza: «Queridos hermanos: os presento al que, desde ahora (aunque, en esto, no fue exacto, como se verá) presidirá vuestras celebraciones en esta Santa Iglesia Catedral de la Diócesis de Orihuela-Alicante: Monseñor José Ignacio Munilla Aguirre». 

Y empezaron los aplausos que yo no apruebo en la iglesia aunque, como se verá, eso importa poco. 

Según la costumbre, don José Ignacio se dirigió a la capilla del Santísimo. Todos, menos yo, seguían aplaudiendo cuando el obispo pasó, bendiciéndonos a todos, justo por delante de mí. 

Los aplausos cesaron cuando don Jose Ignacio se arrodilló ante el Tabernáculo para orar. Fue lindo recordar que estábamos allí para orar. 

Los aplausos volvieron a sonar cuando el obispo salió de la capilla para ir a la sacristía. Una pena porque no se podía oír, con el alboroto, la hermosa y festiva y solemne música del órgano que valía mil veces más que los aplausos. 

Revestido para la Misa, el obispo fue, como de costumbre, en procesión hasta el altar mientras sonaba el canto de entrada. Pero ni fue a la sede ni dijo «En el nombre del Padre…» porque, en ese momento, la presidencia la tenía el Nuncio que fue quien ocupó la sede e inició la Misa como de costumbre. 

Palabras del Administrador Apóstolico. palabras del Nuncio Apostólico que terminan con un mandato: «¡Que se presenten las Letras Apostólicas al Colegio de Consultores!». 

El Presidente del Cabildo mostró las letras al Colegio y el Nuncio, recogiendo el ardiente deseo de todos los presentes, tronó: «¡Que se lean!». 

El Canciller, obediente, leyó las letras que empezamaba así de bien: «Francisco, obispo, siervo de los siervos de Dios, al Venerable hermano Jo´se Ignacio Munilla Aguirre». 

Y todos, conteniendo la respiración, escuchamos la lectura hasta el final: «Finalmente, Venerable hermano, con devoción te exhortamos con la intercesión de la Virgen María y de san José, su Esposo y tu celestial Patrono, a que, con ardiente (las Letras decían «flagrante») corazón emplees resueltamente todas tus fuerzas en la predicación del Evangelio a favor de la eterna salvación de los fieles encomendados a tu cuidado». 

Todos nos pusimos de pie como diciendo: «Muy bien dicho». Y todos menos yo, que no apruebo los aplausos en la iglesia, empezaron aplaudir mientras volteaban las campanas, sonaba el órgano con una música que valía mil veces más que los aplausos y el Nuncio le daba el báculo al obispo que se sentó en la sede. Entre tanto yo luchaba, íntimamente conmovido por las letras Apostólicas y por don José Ignacio, para contener las lágrimas de alegría.

La Misa siguió como de costumbre. El que quiera saber lo que pasó puede verlo en You Tube. 

¿Cómo terminó la fiesta? 

Para responder a esta pregunta harían falta mil cronistas. Yo diré cómo terminó para mí.

Salí pitando de la catedral después del «Podéis ir paz» sin despedirme de nadie porque no apruebo la cháchara ni el jaleo que suele seguir a esas palabras santas. 

De camino hacia el autobús que nos había traído, o llevado, a Orihuela, escuché un lamento detrás de mí. Me volví y vi a la más venerable, por anciana, de nuestras compañeras de peregrinación tumbada en la calle y lamentándose: «¡Ay! ¡Me he roto el brazo! ¡Me está bien empleado por haber venido! ¡No tendría que haber venido! ¡Me está bien empleado por haber dejado a mi marido!». 

Yo, que no soy médico ni nada, intuí que ni se le había roto el brazo ni su caída era una castigo por haber abandonado a su esposo. Acerté. Unos amables jóvenes que pasaban por allí la levantaron delicadísimamente y, caballerosísimamente, se ofrecieron a llevarla en su coche hasta el autobús. 

Así de bien acabó la fiesta. 

Cuando llegué a San Miguel me arrodillé ante el Sagrario. Luego apagué las luces de la iglesia. 

No suelo tener visiones pero, cuando me disponía a cerrar la iglesia, creí ver que la imagen del Sagrado Corazón de Jesús estaba un poco flagrante o algo así. 

sábado, 12 de febrero de 2022

Crónica de Orihuela

 sábado, 12 de febrero de 2022


Hemos llegado a Orihuela en dos autobuses del arciprestazgo de Torrevieja. A mí me ha tocado uno de esos muy viejos que aún llevan ceniceros y cartelitos de «prohibido escupir por las ventanas». 

El trayecto ha sido apacible. Mari Fina —sacristana de Los Montesinos— llevaba una pancarta que decía: «Los Montesinos siempre  con el..», y aquí un Corazón de Jesús pintado. Todos íbamos contentos. 

En la capital de la Vega Baja una multitud incontable (yo he contando hasta mil quinientos y luego lo he dejado por aburrimiento) se había congregado junto a la puerta de Santo Domingo (que no se llama así pero ahora no recuerdo su nombre) y en el camino de San Antón y en la calles, para recibir al nuevo obispo, don José Ignacio Munilla.

Don José Ignacio ha llegado puntualmente a lomos de una mula blanca que responde al nombre de «Bartola». Aplausos y vítores al obispo. Una niña que estaba detrás de mí, subida en los hombros de su padre, ha gritado con vocecilla casi inaudible: ¡Viva el Papa!». Solamente yo he respondido a su vítor y su padre, como para enviarle un refuerzo positivo, le da dicho cariñosamente: ¡Muy bien, Bea, muy bien!

Entonces se ha hecho el silencio porque hay que estar en silencio cuando el macero golpea la puerta de la ciudad: «Pum, pum, pum». Y hay que seguir en silencio cuando, desde dentro, un ser humano pregunta: «¿Quién va?». Y hay que seguir en silencio cuando el macero responde: «El obispo de Orihuela va entrar en la ciudad». Entonces llega lo más emocionante y hay que contener la respiración: ¿Abrirán las puertas al obispo de Orihuela, señor natural de la ciudad, o se amotinarán y tendremos que derribar las puertas y degollar a los amotinados? 

Estábamos todos conteniendo la respiración. He mirado a Fina que sostenía con una mano la pancarta y me ha parecido que, con la otra mano, sacaba de su bolso un puñal preparándose para lo peor. 

Estábamos todos conteniendo la respiración cuando las puertas de la capital de la Vega Baja se han abierto y, desde dentro de la ciudad, se ha oído un vítor. Fina ha guardado el puñal y ha murmurado algo así como «mejor para vosotros», y todos los demás hemos respirado y aplaudido. La banda de música: «Tachín, tachán». El pueblo, dentro y fuera de la ciudad, jubiloso. ¿Y don José Ignacio? 

Un tipo alto que estaba a mi lado ha dicho: ¡Está emocionado! Yo no he dicho nada pero he pensado para mí: «Daría cualquier cosa por ser tan alto como tú para ver la novedad de un vasco emocionado!». 

Don Paco Román —párroco de los Montesinos y jefe de la expedición— nos ha conducido por callejuelas atestadas de gente alegre y pacífica hasta la catedral. 

En el camino me han reconocido algunos enmascarados que me saludaban: «¿Se acuerda de mí?». Y yo, mintiendo a medias porque soy incapaz de saber quién está detrás de una máscara pero no desconfío de quien me saluda: «¿Cómo no? ¡Qué gran día!».

Entre los enmascarados he encontrado a uno a quien conocía: el doctor Poveda. Don Paco Román nos ha hecho una foto. Ha sido mi minuto de gloria. 

Don Paco Román ha dejado a Fina al mando de los laicos que tenían un sitio reservado en la plaza de la catedral. 

A mí, después de poner una amable excusa, me ha dejado en la estacada ante una puerta de la catedral custodiada por tres policías como tres torres y, lo más temible, un seminarista que no dejaba entrar a nadie sin credencial: yo no llevaba más credencial que mi alzacuellos y, en un maletín, mi alba-casulla con mi estola blanca. 

En descargo de don Paco Román he de decir que, antes de dejarme en la estacada, me ha dado una pista: «Pregúntale a esa chica. Ella te dirá por dónde pueden entrar los sacerdotes». 

La chica a la que don Paco señalaba era una chica policía más alta que la torre de la catedral. Obediente y triste, he obedecido. La torre-policía ha dicho «allí» señalando al palacio del obispo. 

En la puerta del palacio del obispo había un grupo de seminaristas revestidos con sotana y roquete que me han saludado con afecto fraternal. 

«¿Dónde puedo revestirme para Misa?» —he preguntado.

«¿Es usted obispo?» —ha repreguntado un seminarista que me ha parecido guasón aunque, como se verá luego, hablaba en serio. 

Yo, pensando que era momento de bromear: «Sí».

Él: «Pase por ahí».

Yo, obediente, he pasado y he empezado a revestirme hasta que una monja amabilísima que venía con una lista me ha preguntado: «¿Cómo se llama usted?».

Y yo: «Javier, Javier Vicens, Y Hualde por más señas».

Y ella: «No está usted en la lista de los obispos acreditados».

Y yo, dando testimonio de la verdad: «Cura  de pueblo soy. De San Miguel de Salinas por más señas».

Y la amable religiosa, reconduciédome hacia la puerta por la que pasé burlando a un seminarista: «Vaya usted al claustro de la catedral donde podrá revestirse con los demás presbíteros y no vuelva a intentar hacerse pasar por lo que ni es ni parece». 

¿Qué han venido ustedes a ver aquí? ¿Una caña movida por el viento?

Si quieren saber lo que pasó luego  —lo más interesante— pidan a Dios que dé larga vida a este cura de pueblo para que, mañana, pueda escribir la segunda parte de  esta «Crónica de Orihuela» que será la más interesante. 

sábado, 5 de febrero de 2022

Tradición


A menudo, cuando se habla de la admirable doctrina de la Iglesia, los amables protestantes se inquietan un poco y objetan, por ejemplo: «Vuestras doctrinas sobre María no tienen base en la Escritura».

Por lo que se refiere a la doctrina católica sobre la Bienaventurada y siempre Virgen María recomiendo mucho un libro que aún, creo, no se ha traducido del inglés pero que puede leer en el idioma original en el que ha sido escrito cualquiera que tenga unas nociones de ese lindo idioma: «Jesus and the Jewish Roots of Mary». Allí se demuestra que la doctrina católica tiene, en este y en los demás asuntos, una base escriturística más sólida de lo que pueden sospechar los protestantes y aún los católicos. 

Pero a lo que vamos es a la objeción de los amables protestantes. 

Esa objeción tendría sentido si los católicos creyésemos, como Lutero, que la verdad revelada por Dios se encuentra solamente en la Biblia. Pero los católicos no creemos eso. Los católicos veneramos la Revelación que conocemos por la Escritura y la Tradición. 

Y, para entender qué cosa es la Tradición, pongamos una comparación.

Supongamos que encuentro en el desván de mi casa un hermoso álbum de fotos familiares y me emociono no poco. 

Reconozco a algunas de las personas que están allí retratadas pero no a todas. ¿Quién es este señor gordo que está junto a mi tío Antonio? ¿Quién es esa niña flaca que va de la mano de mi madre?

Acudo a mi madre y ella me explica que el señor gordo es un hermano, a quien yo no recuerdo, de mi tío Antonio y que la niña flaca que va de su mano no es una niña flaca sino que soy yo mismo, hoy cura católico, a la edad de seis años. 

Me pasmo, claro. Me pregunto: ¿cómo he podido olvidar al gordísimo hermano de mi tío Antonio? ¿Cómo he llegado a confundir mi imagen con la de una niña flaca?

Pero mi madre me tranquiliza: «No te inquietes, pequeño saltamontes. nadie puede recordar, ni aún reconocerse, si no tiene madre». Y, luego, pacientemente, me va ilustrando sobre esa foto de un señor con barbas que parece un general, y sobre esa otra foto de una señora que lleva una rosa en la mano. Y así, poco a poco y gracias a la memoria de mi madre empiezo a entenderme un poco y a saberme el álbum de fotos. 

Claro que, el amable lector, me dirá. ¡Explicame la parábola! ¡No he entendido nada! 

Como los deseos del amable lector son órdenes para mí, digo: 

El álbum es la Escritura, la madre es la Iglesia Católica que, gracias a San Lucas y a los demás evangelistas pero, sobre todo, gracias a su prodigosa memoria, guarda en su corazón el sentido de cada gesto y palabra del Buen Jesús —la Tradición— porque lleva dos mil años meditándolo sin desfallecer en su Corazón.

Respuesta a los que, preguntan en Twitter: ¿en qué parte de la Biblia se encuentra tal o tal otra doctrina de la Iglesia católica?


Hace unos días, don @EugeniodOrs_ comentaba en su cuenta de Twitter que, en las iglesias, cada vez más a menudo, se ven largas colas para comulgar mientras que  a los confesonarios se acercan muy pocos. 

Este fenómeno solo tiene tres explicaciones:

1. Que ya no pecamos.

2. Que pecamos pero no nos damos cuenta porque hemos perdido el sentido del pecado. 

3. Que pecamos y lo sabemos pero ya no creemos en la doctrina de la Iglesia sobre la confesión y la eucaristía. 

Algunos amables comentaristas preguntaban sinceramente que cuál era la doctrina de la Iglesia en este asunto. Otros amables comentaristas respondían sabiamente: «nadie puede acercarse a comulgar sin haber confesado antes todos los pecados mortales, según su número y especie, de los que tenga conciencia después de un diligente examen». 

Algún comentarista menos amable acusaba infundadadmente a don @EugeniodOrs_ de andar juzgando a los demás. 

No pocos preguntaban: «¿en qué parte de la Biblia está escrito que haya que confesar todos los pecados mortales, según su número y especie, antes de  comulgar?».

Esto es bastante común. No es una pregunta tonta pero, claro, Twitter no es el lugar más adecuado para hacer estudios teológicos. 

A pesar de ello, los amables católicos tenemos que dar razón de nuestra esperanza a quien la pida. 

Me atrevo a sugerir un formulario de respuesta para este tipo de preguntas formularias. Podría ser este:

«La Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así la Escritura y la Tradición se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción. Si usted, amable comentarista, quiere profundizar en la doctrina hará bien en consultar el Catecismo de la Iglesia Católica». 

Este formulario cabe en un tuit. Es fácil copiarlo y pegarlo donde haga falta. 

De nada. 

domingo, 30 de enero de 2022

IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C

 domingo, 30 de enero de 2022


En Navidad considerábamos los misterios de la infancia de Jesús. Hemos llegado al cuarto domingo del Tiempo Ordinario. El primer domíngo celebrábamos el Bautismo del Señor. Jesús comenzó su pública bautizándose en el Jordán. El segundo domingo recordábamos su primer milagro en Caná de Galilea, un pueblo que está a unos dieciocho kilómetros al norte de Nazaret. El tercer domingo veíamos como Jesús, después de predicar en las aldeas de Galilea, decidió volver a Nazaret, el pueblo donde había crecido. Los vecinos de Nazaret lo conocían desde niño como a un vecino más, el hijo del carpintero. Pero no conocían su misterio. Solamente la Virgen y San José sabían que Jesús era el Hijo de Dios. Allí, en Nazaret, Jesús se presentó como el enviado de Dios para anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y, a los afligidos, el consuelo.

En este cuarto domingo vemos como los vecinos de Nazaret no solamente no quisieron reconocer la misión de Jesús sino que intentaron matarlo. Al escuchar sus palabras se quedaban admirados pero, en su interior, pensaban: ¿por qué te has ido a hacer milagros como hemos oído que has hecho en Caná y en Cafarnaún y no has empezado aquí, en tu pueblo?

En esta parroquia estamos reunidos personas de muchos lugares. Hay algunos que han nacido aquí, en Torremendo y son fenomenales. Otros han nacido en Colombia y también son estupendos. Asia nació en Italia. Juan Pedro en Bélgica. Hay también ingleses y personas de otros países. Pero a nosotros no nos importan de dónde es uno o qué idioma habla. El que nos reúne es Jesús y si alguien pensase que por ser de Torremendo o de la China es más importante que los demás delante de Dios, pensaríamos que no se ha enterado de nada.

Si no tenemos caridad —nos dice san Pablo—, si no sabemos perdonar, comprender y servir, si andamos con niñerías de a este no lo saludo y con aquel no me hablo, no somos nada. Y eso mismo dijo Jesús a los de Nazaret, sus paisanos. Les dijo que él no había venido al mundo para quedarse en su pueblo sino para anunciar el evangelio a todas las naciones. Y se enfadaron y querían echarlo del pueblo y matarlo. ¡Pobres! Pero Jesús, que era muy humilde con los pequeños, era también muy fuerte con los soberbios y, así, se abrió paso entre ellos y dice el evangelista que «se alejaba». 

Claro que en Nazaret también había personas estupendas. San José, por ejemplo, y la Virgen María. Ellos sí habían acogido con amor el misterio de Jesús. 

Con ellos, con la Virgen y San José tenemos que crecer también nosotros cada domingo en la comprensión del misterio de Cristo y dejarnos de niñerías. 

Hoy empiezan los siete domingos de San José y, aunque solemos terminar la Misa cantando a la Virgen, ella estará encantada de que, durante estos siete domingos, acabemos cantando a San José y pidiendo que nos enseñe a trabajar, a rezar, a vivir la caridad y a querer cada día más a la Virgen y a Jesús. Amén. 

sábado, 22 de enero de 2022

Domingo III del tiempo ordinario (C)

 sábado, 22 de enero de 2022


No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.


Jesús tenía unos treinta años cuando empezó su vida pública. 

Fue al Jordán para ser bautizado por Juan y el Espíritu Santo descendió sobre Él ungiéndolo con óleo de alegría y de fortaleza. 

Luego, en Caná de Galilea hizo su primer milagro: convirtió en vino seiscientos litros de agua. Era un signo del amor dde Dios que ama a su pueblo, la Iglesia, como un esposo a su esposa, hasta dar la vida pr ella. 

San Lucas nos dice que Jesús, predicando por las aldeas de Galilea llegó a Nazaret, el pueblo donde se había criado. Nazaret está a dieciocho o vente kilómetros de Caná de Galilea, como de aquí a Orihuela. Se puede recorrer esa distancia en poco más de dos horitas andando. 

En Nazaret todos conocían a Jesús como se conocen los vecinos de un pueblo. Conocían a la Virgen María y a san José —el carpintero— y lo habían visto crecer entre ellos. Pero no conocían el misterio que guardaba Jesús.

En realidad todos somos un misterio porque nadie puede saber lo que tenemos en la cabeza o en el corazón si no lo revelamos. Pero Jesús escondía un misterio aún mayor: Él era el Hijo de Dios, había sido concebido por obra del Espíritu Santo Él estaba junto a Dios cuando el mundo fue creado y se había hecho hombre para salvarnos. Esto no lo sabían los vecinos de Nazaret; solo la virgen y san José.

Jesús fue a Nazaret y, en la Sinagoga, empezó a revelar a sus vecinos el misterio que escondía en su corazón. Hasta entonces los vecinos lo habían visto como a uno más del pueblo, el hijo del carpintero. Ahora tendrían que descubrir su misterio y aprender a mirarlo como lo que era en verdad: el Maestro y el Salvador. «Cristiano» quiere decir «discípulo de Cristo», nuestro Maestro y Salvador. 

Para revelar su misterio, Jesús dice que el Espíritu de Dios está sobre Él y que Él ha venido a anunciar la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo.

¿Por qué a los pobres? Porque todos somos pobres delante de Dios aunque, a veces, el orgullo nos haga creer que andamos sobrados. Le preguntaban a un piloto de Fórmula I, famoso, joven, fuerte y guapetón que si rezaba antes de ponerse al volante de su máquina y él, con un poco de desprecio, respondió: «¿Rezar? ¿Para qué? Yo no necesito a Dios para conducir. ¡Pobrecito! No sabía que todos necesitamos a Dios para existir: «en Él vivimos, nos movemos y existimos». Solamente los que se saben pobres delante de Dios se alegran ante el anuncio de salvación que trae Jesús.

La liberación a los oprimidos. Todos necesitamos esa liberación del pecado que trae Jesús. Los hombres no perdemos la libertad cuando nos meten en una jaula o nos atan por fuera. La perdemos cuando el diablo nos ata por dentro con las cadenas del pecado. 

A los afligidos, el consuelo. A todos nos dice Jesús: No estéis tristes, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza.

La Virgen María, toda llena de Gracia, se presentaba como la esclava del Señor. Fue librada de la esclavitud del pecado desde el primer instante de su Concepción por los méritos de Cristo y ahora la llamamos «consuelo de los afligidos» y «causa de nuestra alegría». 

jueves, 6 de enero de 2022

Comentario a «Qué es poesía»


Un mi amigo ha tenido la bondad de comentar la entradita del blog intitulada «Qué es poesía». 

Vale mil veces más el comentario que el texto comentado. 

Primero observa mi amigo que en el verso de Becquer que dice «Mientras la ciencia a descubrir no alcance /las fuentes de la vida…» hay como un eco de Augusto Compte para quien «conforme la ciencia vaya desvelando los misterios del mundo, se irán apagando por sí mismas la religión y la filosofía». 

Luego cita mi amigo a Josef Pieper que, siguiendo a santo Tomás viene a decir: «la religión (no necesariamente la revelada), la filosofía y la poesía son parientes cercanos porque tienen en común su versar sobre lo "mirandum", lo que reclama a gritos ser admirado con pausa y atención. Sólo varían en el modo de expresar esa admiración: la poesía lo hace en términos arracionales (entiéndase "emotivos" o "metafóricos"); la religión con conceptos metarracionales (algunas religiones naturales directamente con irracionalidad); y la filosofía con terminología racional».

Y concluye así: «En la Trinidad Santa sólo hay "asombro" de una Persona por las otras Dos. Nada ad extra de Dios lo asombra. El Génesis afirma que vio Dios que era muy bueno/bello (kalokagatía llamaban los griegos a esa conjunción de bondad y belleza) cuanto había hecho. Pero una cosa es contemplar la belleza y otra muy distinta asombrarse. El Padre sólo es Poeta cuando pronuncia al Verbo; el Hijo cuando contempla al Padre continuamente pronunciándolo; y el Espíritu Santo cuando experimenta el calor del Amor con que Padre e Hijo lo admiran».

Aprovecho para dejar constancia de que los versos que citaba en la entradita «No lo niegues, Señor, eres poeta / tus obran te delatan…» son de Daniel Cotta. Yo añadí de mi cosecha: «Nos hiciste a tu imagen. /Tú nos acostumbraste a la poesía». 

(Sobre la p de «Comte», ver el sagaz comentario del mi amable amigo)

jueves, 30 de diciembre de 2021

¿Qué es poesía?


De las siete acepciones de la RAE quedémonos con dos: la primera y la sexta.


La primera: Manifestación de la belleza o del sentimiento estético por medio de la palabra en prosa o en verso. Entonces la poesía es la acción y el efecto de la palabra que declara o descubre la belleza (quod visum placet). Las acepciones segunda, tercera, cuarta, quinta y séptima abundan en la acción o el efecto de la palabra.


Queda una acepción, la sexta: Idealidad, lirismo, cualidad que suscita un sentimiento hondo de belleza manifiesta o no por medio del lenguaje. 

Entonces ya no es acción y efecto de la palabra sino cualidad de las cosas y de las palabras


Esta sexta acepción es la que tenía Gustavo Adolfo Becquer en su mente cuando escribió en su Rima IV: podrá no haber poetas pero habra poesía. Dice así. 


No digáis que, agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira;

podrá no haber poetas; pero siempre

habrá poesía.


Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!


Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista,

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dó camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!


Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore, sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!


Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran,

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira,

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

Conclusión:


La poesía es algo divino y humano; alado, leve y sagrado. Primero algo divino porque es la Palabra increada la que pronuncia y crea todas las cosas. Luego algo humano porque es el hombre quien, a tientas, pone nombre a las cosas y, a su modo, las inventa soñando. A la fin y a la postre algo humano y divino porque es Cristo quien revela el Rostro de Dios y el nombre exacto de las cosas. 


No lo niegues, Señor: eres poeta.

Tus obras te delatan. 

Nos hiciste a tu imagen.

Tú nos acostumbraste a la poesía. 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

Peregrino ( y 5)

 El lunes 6 de diciembre, solemnidad de San Nicolás, salimos de Pamplona para Azpeitia. 

San Francisco Javier tuvo en París sus más y sus menos con san Ignacio. Al parecer mi santo patrono miraba con cierto desprecio a aquel a quien luego llamaría «padre Ignacio» que se ganó su amistad y su respeto por el sistema de tratarlo con caridad. 

Los Quince celebramos la Santa Misa en el oratorio de «La conversión». Está en la habitación de la casa solariega donde llegó, malherido, Íñigo de Loyola y donde decidió entregarse a Dios imitando el ejemplo de los santos. En cierto modo entró allí como un preso y la misma prisión fue el lugar donde encontró la libertad. Pensé esto recordando la frase de Quevedo que cita Luis Rosales en su «Teoría de la libertad»: «Mayor y más preciosa parte rescata la prisión que encarcela». En el caso de Íñigo, la prisión, en efecto, fue liberadora puesto que fue el lugar de su encuentro con Dios y consigo mismo. 

«Aun estando en prisión, nadie puede impedirme que renueve o confirme a diario el ser que soy, renovando mi elección absoluta (...). A esta renovación de la libertad damos el nombre de opción apropiadora (...) Dentro de un campo de concentración o siendo Presidente de los Ferrocarriles Unificados Europeos, puede (cualquier europeo de nuestro tiempo) llegar a ser un resentido, un malvado o un santo y tendrá todas las posibilidades necesarias para realizar una u otra elección». 

En la sacristía me llamó la atención una cartela con el nombre del obispo diocesano: José Ignacio Munilla. Me llamó tanto la atención que le saqué una foto para hacer algo parecido en la sacristía de San Miguel. No sabía ni podía saber que, al día siguiente, se anunciaría el nombramiento de don José Ignacio como obispo de Orihuela-Alicante. 

Después de Misa invité a los Catorce a una copa de vino español para celebrar mi sexagésimo primer cumpleaños. Ellos, por su parte, me entregaron quince -15- regalos materiales al tiempo que me daban vivas muestras de afecto. 

Por la tarde nos dirigimos hacia otra prisión de hombres libérrimos. Estaba nevando cuando llegamos a Leyre. Nevaba tanto que dos de los Quince decidieron regresar a Pamplona sin visitar el milenario monasterio benedictino. Los Trece que quedamos -Audaces Fortuna iuvat- vimos y vivimos ese lugar bendecido como pocos -excepto los monjes- lo han visto y vivido. Y valió la alegría.

«Nos convertimos, en cierto modo, en lo que amamos: nos convertimos también, y más humildemente, en lo que vemos. Dice Whitman: Había un niño que salía cada día / y lo primero que miraba, en eso se convertía, / y eso formaba parte de él por aquel día o parte de aquel día / o por muchos años y sucesivos ciclos de años. 

... 

Me dispongo a contar ahora algo que nunca he contado. Visité por primera vez el castillo de Javier, Loyola y Leyre con mis padres y dos de mis hermanos cuando era yo un mocoso. No fue una peregrinación para mí aunque quizá sí lo fuera para mis padres que, más que el trayecto, anhelaban el fin: visitar en Bilbao a un su hijo -Juan Manuel- sacerdote. Para mí era, simplemente, un viaje maravilloso. Hasta que llegué a Leyre y algo se conmovió en mi corazón. 

Me dispongo ahora a contar otra cosa que nunca he contado. Cuando, años después, el mismo mocoso dijo a sus padres que quería ser sacerdote y que deseaba sellar esa decisión peregrinando a Leyre él solo y en bicicleta, sus amables y santos padres no se opusieron a su vocación sacerdotal pero -sabiamente- le aconsejaron sellarla con sensatez: «Busca a un sacerdote santo que te aconseje». Estaba yo, con ellos, menos necesitado que ahora del consejo de un santo. Tenía yo, en ellos, dos amables y santos consejeros. No peregriné a Leyre en bicicleta. Encontré al sacerdote santo y sabio y paciente que necesitaba. 

...

Cuando volvimos a Pamplona tuvimos que secarnos los zapatos antes de bajar al comedor para la cena. La peregrinación había terminado. Al día siguiente, el martes 7 de diciembre, viajé de Pamplona a Madrid con un mi cuñado, con su amable esposa y con una de sus hijas -sobrina mía-. Ya en Madrid tomé el AVE que me trajo a Alicante. En el tren pude releer la «Teoría de la Libertad» de Luis Rosales prologada por don Ricardo Calleja y editada por don Álvaro Pettit en su neonata editorial «Frontera». Entonces reparé en esto:

«Conviene que abreviemos y no nos divirtamos al escribir. A mí me cuesta mucho trabajo sujetar la pluma: me divierto escribiendo. Mas cada día tiene su afán».