viernes, 27 de septiembre de 2024

Diario. Viernes, 27 de septiembre de 2024

La Torre

viernes, 27 de septiembre de 2024


7:10

Abro la iglesia. ¿Por qué este retraso de diez minutos sobre el horario habitual de los viernes? No lo sé: me he levantado a las seis y no soy consciente de haberme demorado más de lo habitual en mis oraciones, al hacer la cama, en mi aseo matutino en mi frugal desayuno… 

7:13

Un Wolksvagen tapona la salida del garaje. Me asomo a la panadería. Hay tres policías desayunando. Me dirijo hacia El Borrascas pero lo pienso mejor —¿y si el coche fuera de ellos?— y, volviendo sobre mis pasos, entro en la panadería, saludo, soy saludado y pregunto. No es de ellos. Me dicen que cuente con ellos si hay que retirar el coche. Ahora sí, voy al Borrascas. El coche no es de los que desayunan en la terraza. Entro al bar. Tampoco es del único cliente que está desayunando en la barra. Ya estoy volviendo hacia el garaje cuando alguien me pregunta: «¿Es que tiene que sacar el coche, o algo». Le digo que, en efecto, tengo que sacar el coche. El Wolksvagen es suyo: lo mueve. 

7:23

Salgo para el hospital con veintitrés minutos de retraso. Esos minutos ya se notan en el tráfico que se ha hecho más denso. 

7:50

Llego al hospital contreinta minutos de retraso sobre el horario habitual. Me da tiempo a preparar el altar, pero no a hacer mi oración. 

8:00

La misa de ocho empieza a las ocho. 

8:30

Recojo todo y me siento a mirar fijamente el sagrario. 

9:10

Oficio de lectura y laudes. 

9:30

Voy a volver a San Miguel cuando se abre la puerta de la capilla y entran dos empleadas del hospital. Se presentan como MJ e I, estrechamos nuestras manos. MJ tiene una inquietud. I le ha propuesto bajar a la capilla para rezar y se legran de haberme encontrado porque necesitan hablar con un presbítero de la iglesia católica. 

Charlamos. Les cuento lo de mi retraso de hoy que, ahora, a los tres nos parece providencial. Intercambiamos nuestros números de teléfono y nos despedimos. 

9:40

Salgo para San Miguel con cuarenta minutos de retraso sobre el horario habitual. 

10:05

Saludo a Joan y a Laura. Voy a la casa abadía, me cambio de camisa, recojo mi Mc y una cinta métrica que me prestó Wilder vuelvo a la iglesia para sentarme en el confesonario.

En la puerta de la iglesia me encuentro con Robert que ha venido a preparar la cámara de TV para esta tarde. Charlamos. 

Con ayuda de la cinta métrica centro el mantel y las velas del altar. 

Me revisto, charlo con Teresa y voy al confesonario con mi Mc. Entonces caigo en la cuenta de que he olvidado mi teléfono en la casa abadía. No importa. 

Viene un penitente. Me pregunta, en francés, que si hablo francés. Le contesto: Je peux dire des choses comme « Je suis Mme Petit », « Bonjour », etc. Le da la risa y pasa al inglés. Un penitente muy simpático. 

Escribo todo esto. 


11:00

La misa de once empieza a las once y un minuto cuando el reloj del campanario está dando las once. 

Después de misa invito a Joan y a Laura a un café. 

12:00

Nos despedimos. Voy a la casa abadía, rezo el Ángelus y echo un vistazo al WhatsApp. El archidiácono me comu ica que ha muerto una señora de Torremendo. El arcipreste me recuerda que tenemos reunión de arciprestazgo en Torrevieja a la una. Teresa me pasa tres facturas de San Jorge pendientes de pago. MJ me da las gracias. I me da las gracias. Se ve que son muy agradecidas. 

Aseo un poco la cocina, me cambio de camisa y salgo para Torrevieja. 

13:02

Llego a la parroquia de San Roque y Santa Ana con dos minutos de retraso. Soy el primero. Me felicito. 

Han llegado dos sacerdotes nuevos al arciprestazgo. Observo que ahora somos cuatro de la promoción de 1988. Fue una promoción bastante numerosa: nos ordenamos trece. 

A las dos nos vamos a comer a un restaurante llamado El Huertano, o algo así. Un sitio bastante ruidoso. 

A las cuatro nos despedimos y el arcipreste me lleva hasta el lugar donde he aparcado mi coche. 

Vuelvo a San Miguel. 

16:30

Encuentro en la iglesia a Teresa que está preparando la ofrenda de flores de esta tarde. Llega Inma con unas flores para la ofrenda. Nos saludamos, nos despedimos y voy a la casa abadía. 

Misterios dolorosos. 

17:00

Oigo en YouToube el comentario exegético a las lecturas del domingo. 

Leo el comentario de Vanhoye. 

Lectura del Evangelio según San Juan. 

Leo el Boletín del obispado que envía el arcipreste. 

Vísperas.

Preparo mi maleta.

18:15

Salgo para La Mata. La banda de música del pueblo está haciendo el pasacalles. Se van uniendo a ella las familias, grupos, asociacines y cofradías que van a hacer sus ofrendas de flores a San Miguel. Están enfilando la calle del Mar que es la que tengo que tomar para llegar a mi destino. Voy a paso de pasacalles, detrás dela banda, hasta la salida del pueblo. Pongo en mi móvil una piadosa meditación y hago mi oración de la tarde en el trayecto. 

19:00

Empieza puntualmente la misa de siete en La Mata. 

19:30

Vuelvo a mi coche. Por el camino voy contestando los mensajes de WhatsApp que tengo pendientes. No pocos. Respondo con particular cariño a la consulata de un viejo amigo —sacrdote de Jaén— que siempre se ha afeitado con cuchilla y ha decidido pasarse a la máquina eléctrica. Le recomiendo Braun o Philip Shave y le informo de que los últimos modelos se pueden mojar lo que permite afeitarse en la ducha con la máquina húmeda y con espumita. Me lo agradece enseguida. 

Salgo para La Torre. Voy oyendo en YouTube un comentario a unas palabras del Papa durante un encuentro interreligioso o algo así. Noto que el comentarista me está transmitiendo su propia tristeza, lo apago y sigo mi camino en silencio meditativo. Poco después, para ahuyentar el sueño y la tristeza, pongo el Rogoletto y empiezo a vociferar todas las arias que me sé, que no son pocas. 

20:30

Llego a La Torre y la hallo iluminada. Encuentro allí a Antón y a sus tres churumbeles. Nos saludamos alegremente. Pregunto por Isa. Está en Londres. Su avión llega a Alicante a las diez de la noche. Van a pasar aquí el fin de semana con unos amigos: nueve adultos y otros tantos niños. Me despido y le digo a Antón que tengo intención de volver mañana por la noche y que pasaré a saludarlos. 

Voy a mi apeadero y me preparo una cena ligera. 

Ha llegado el momento de sentarme ante mi Mc para repasar el día e ir contando las horas. Mientras escribo oigo pasar algunos coches bajo mi ventana. Colijo que son los amigos de Isa y de Antón. 



Mi mirada vaga y divaga y pasa del  Mc a las vigas que sostienen el techo de mi casa. Se demora en un bonito desconchón de la pared que asoma tras un espejo, se posa en un montón de libros que he ido trayendo de San Miguel y que aguardan el momento de encontrar su sitio en mi biblioteca. Entonces vuelve la pregunta del «por qué diablos» que parece dirigirme cada lectura. ¿Por qué diablos escribes un diario? ¿Por qué diablos rezas? ¿Por qué te levantas por las mañanas? Yo no lo sé. Y si yo no sé por qué hago las cosas que hago, nadie excepto Dios puede saberlo. Otros sabrán por qué diablos se levantan ellos cada mañana o por qué leen lo que leen y escriben lo que escriben pero si intentasen explicarme lo que mueve mi voluntad me moverían a risa. Divago. Hay quien cree saber mejor que nosotros mismos no solamente lo que nos conviene —esto es posible— sino lo que nos mueve. Y tratan de organizarlo todo para que su organización nos mueva. Lo peor es que esos expertos en ingeniería del alma mueven a las masas. Lo  mejor que es que cualquiera que se pare a pensarlo, descubrirá que están jugando con él. 

No sé por qué diablos hago lo que hago. Aunque, quizás, sería mejor decir que no sé explicarlo. Porque lo cierto es que, desde que me levanto hasta que me acuesto, hay personas, soles de levante y de poniente, nubes, palabras, misas, olvidos, recuerdos, oraciones, copas de vino, bromas, sonrisas, lágrimas, canciones, ecuentros y mil otros fenómenos admirables que me hacen decir por dentro: «¡Es esto, es esto, es esto lo que mueve mi voluntad!». Auque luego reflexiono y comprendo que no, que todas esas cosas no me moverían si no las viera como sacramentos o signos de esperanza. 

jueves, 26 de septiembre de 2024

Diario. Jueves, 26 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

jueves, 26 de septiembre de 2024


6:00

Suena el despertador, me alarmo, recuerdo que es jueves —día de asueto— lo apago y sigo durmiendo hasta las siete.

7:40

Desayuno sin mesa ni mantel.

Oficio de lectura y laudes. 

Hay que fregar la casa abadía. Habría que hacerlo todos los días por lo de las ventanas abiertas y eso. 

9:00

Trasteo en WhatsApp y en X. 

Leo un resumen de prensa.

9:40

Abro la iglesia. Estoy en la sacristía cuando llegan Joan y Laura. Nos saludamos. Nos ayudamos a prepararlo todo para la exposición y la misa y nos sentamos para mirar fijamente al sagario. 

10:15

Me siento en el confesonario. Leo cuatro páginas de «La variación en Shakesperae y otros», de Lewis. Nos Cuenta que un día —entre el 21 y el 30 de marzo de 1781— la señora Thrale y Boswell plantearon una cuestión al doctor Johnson: ¿Quién había pintado la imagen más admirable del hombre; Shakespeare, en la descripción que Hamlet hace de su padre, o Milton con su retrato de Adán en «El paraíso perdido»? Me parece una eficacísima forma de interesar al lector que empieza a leer un ensayo sobre poesía. 

10:30

Me revisto y expongo el Santísimo. Andrés —nuestro Maese Pérez— icoa el Pange ligua: ya estamos adorando a Su Majestad. 

10:50

Joan toca la campanilla que me avisa de que ha llegado el momento de las alabanzas de desagravio: «Bendito sea, Dios; Bendito sea su Santo Nombre…». Ahora, Maese Pérez incoa el Tantum ergo. Doy la bendición con el Santísimo que está en una píxide de plata del siglo XVIII que me regalaron mis amables padres por mi ordenación. La píxide está cubierta por un conopeo blanco de seda. Para dar la bendición, la sotengo con las manos envueltas en un paño humeral del mismo material. Cada rito de nuestra vieja liturgia católica —que no envejece— ha sido elaborado con increíble sabiduría y piedad. 

11:00

La misa de once empieza a las once. Un minuto después, el reloj del campanario da las once.

11:25

Teresa entra en la sacristía muy contenta. Lleva el cestillo de la colecta y me muestra un billete de veinte euros que ha puesto allí un extranjero. Me entrega también un billete de diez euros de parte de doña —Nati que no ha podido venir— y otro billete de diez euros que pone ella misma para completar los cuarenta que tenemos que pagar al organista. Muy bien. 

12:00

Salgo para La Lloseta. Voy en silencio, sin música ni nada, muy atento al tráfico, a las señales de límite de velocidad y al paisaje verde en la Vega Baja, árido a partir de Elche y, llegando a Alicante, cerrado al fondo por el Maigmó, la Sierra de Aitana y el Puigcampana que me recuerdan mis años de párroco en Finestrat y en Sella. 

12:50

El Círculo ya ha empezado. Charlo un poco con don AFM que se está recuperando de una caída que tuvo, precisamente, bajando del Puigcampana. Charlo otro poco con don JH. Charlo otro poco con don JM y quedamos para comer el próxio lunes. Ya en la calle me encuentro con don A y charlamos largamente. Nos despedimos. Me promete que me llamará pronto y que nos iremos a comer. 

14:10

Salgo para Torrellano. El restaurante Juanín está cerrado. Como en el hotel Areca. Ensalada, corvina  y un café por diecinueve euros. 

15:15

Salgo para La Torre. 

15:35

Me siento en sillón de la abuela Paquita y termino la lectura del «Protágoras» de Platonix. Sócrates —burlándose um poco del sofista hablador— le recuerda que los sabios de la antigüedad eran tan lacónicos que resumían todo  su pensamiento en unas pocas palabras como «Conócete a tí mismo» o «Nada en exceso». 

Trasteo un poco en las RRSS. 

Salgo a pasear por el palmeral rezando los misterios luminosos como La Torre. Luego me siento debajo de un algarrobo para leer el Evangelio de San Juan. 

17:45

Salgo para La Mata. El GPS —nuevo oráculo de Delfos— me asegura que estaré allí a las 18:30 a menos que tarde un poco más o un poco menos. Me detengo en el Realengo para tomar un café con leches. Cuando salgo, el oráculo  me dice que llegaré a La Mata, si Dios quiere, a las 18.45. Pero, al llegar a la salida de Torrevieja, me distraigo y, en vez de ir hacia Torrevieja, voy hacia Los Montesinos. Cuando caigo en la cuenta de mi error, ya es tarde. El GPS me dice que llegaré a La Mata a las 18:55. 

Llego a la iglesia de Nuestra Señora del Rosario a las 19:00. Un penitente pide confesión. Muy bien. La misa de siete empieza a las siete y cinco. Nadieda muestras de impaciencia. 

19:45

Salgo para San Miguel. Voy oyendo el final de la conferencia sobre Hobbes en la March que me tiene enganchado. A pesar de ello, me distraigo un poco con los caprichos que dibuja en el cielo el sol de poniente. 

20:10

Me siento ante el sagrario de San Miguel. En el paseo los de la Comisión de Fiestas han organizado un festejo con música sincopada y monótona que hace retemblar los bancos de la iglesia. Al principio me inquieta un poco. Pienso luego que lo hacen putantes se obsequium praestare Deo y comprendo que me toca cantar algo mejor o callar. 

20:45

Llego a  la casa abadía y me preparo un bocadillo con el queso suizo —regalo de Heidi y Armin— que hizo Mijail, el Maese Pérez de Flond. 

21:15

Me repantingo en un sofá para leer la «Defensa de los pesados» de Chesterton. Chesterton era pesado, sutil y divertido. Su ensayo es un malabarismo que le da la vuelta a todo y acaba siendo una refutación de los espíritus leves que se aburren mucho y le echan la culpa a la densidad del mundo real. 

21:30

Me siento delante de mi Mc para sopesar el día. Escribo esto y concluyo que —como los de los sindicalistas liberados— todos mis días son de asueto. ¡Bendito sea Dios! 

En El Paseo, unas cien personas apaluden a un cómico charlatán. «No me gusta el francés que lo hace todo tan fino. Te venden una m de colonia que ellos llaman O de Chanel. ¿Pagaríais lo que cuesta si lo anunciasen an andaluz?» Aplausos encendidos.

Son las 22:22. 

miércoles, 25 de septiembre de 2024

Diario. Miércoles, 25 de septiembre de 2024

 San Miguel de Salinas

miércoles, 25 de septiembre de 2024


7:00

Abro la iglesia y salgo para el hospital. 

7:30

Preparo el altar.

Oficio de lectura y laudes. 

Lectura de Las Moradas.

8:00

Primera misa votiva de san José porque es jueves. El doctor R me pide que la ofrezcamos por una su tía que murió ayer. Acababa de cumplir cien años. 

8:30

Me siento ante el sagrario

9:00

Subo los ochenta y un escalones que van de la capilla hasta la azotea del hospital. 

Salgo para San Miguel. 

Aseo un poco la casa abadía.

10:00

Encuentro cuarenta y tantos mensajes e WhatsApp. Contesto a algunos.

Me aseo un poco. 

Voy a la iglesia.

Tercia.

11:00

Segunda misa votiva de san José porque es jueves. 

Charlo con Joan y la acompaño al coche. Dejo en su coche la cartelera que quitaron cuando pintaron la puerta de color azul cielo. Joan se la lleva para que Laura le de una buena limpieza.

12:00

Ángelus. 

Lectura del «Protágoras» de Platón. 

Vuelvo al WhatsApp. Entro en el grupo de catequesis prematrimonial, leo los mensajes que han dejado allí, pienso un poco y mando una minicatequesis bastante larga. 

13:00

Lectura del Evangelio de San Juan. 

Reviso el correo y escribo a Anne Purdonne. 

Limpio el despacho, me aseo un poco y voy a comer a casa de doña Nati. 

14:00

Comida con doña Nati

Visita al Santísimo. 

15:00

Noticias en Antena 3.

Misterios gloriosos. 

16:00

Mando dieciseis mensajes de WhatsApp en respuesta a otros tantos, pero el número de los que están en espera sigue creciendo. 

Voy a la iglesia y me siento ante el sagrario. 

Vuelvo a la casa abadía y veo en YouTube el mensaje de Mons. Isidro Puente Ochoa que, algo hastiado de su amable arzobispo, ha decidido ingresar el Asociació Sacerdotal Trento. 

Entro en la página dela AST: son sedevacantistas. 

17:00

WhatsApp: 

El arcipreste me recuerda que hoy tengo que celebrar en La Mata. 

Wilder me invita a cenar a  su casa. 

El arcipreste me convoca a una reunión el viernes a la una. 

Aquilatría —que está coaborando con la catequesis prematrimonial— me escribe y le contesto. 

Wasapeo con el flamante párroco de Nuestra Señora de Belén. Tramamos una excursión. 

Dos mensajes de la Biblioteca Sacerdotal Tabarca. 

Leo un mensaje de Salvador que estaba en espera desde el sábado. 

Dejo veintisiete mensajes en espera y voy a la iglesia para rezar vísperas. 

Leo «Una originalidad olvidada»,de Chesterton. 

Leo «Contarnos historias» de Carlos Marín-Blázquez.

Voy al cajero. 

18:00

Salgo para La Mata oyendo una conferencia en la March sobre Hobbes. 

El camino dela aparcamiento a la iglesia el último capítulo de «Una escala humana».

En la iglesia están rezando el rosario. Me revisto y voy al confesonario. Empiezo a leer el epílogo. Llega un penitente. Muy bien. Empiezo a leer el epílogo otra vez. Llega otro penitente. Muy bien. Empiezo a leer el epílogo por tercera vez justo cuando acaban de rezar el rosario. 

La misa de siete empieza a las siete. 

Después pregunto que si hay alguna pastelería cerca. Medicen que hay una  muy buena —la «Miguel Hernández»— a dos pasos. Voy y compro un pastel de manzana. Pregunto que si la pastelería tiene ese nombre por el poeta o por el dueño. Me dicen que por el dueño. 

Vuelvo al coche leyendo el epílogo a «Una escala humana». Allí Carlos Martín-Blázquez cuenta una historia verdadera que yo ya conozco porque he leído «Salir de la noche». La cuenta para responder a la pregunta del por qué o del para qué escribir. Muy bien. 

Vuelvo a San Miguel con la conferencia sobre Hobbes que me ha enganchado. 

20:00

En la casa abadía, me cambio de  camisa. Voy a casa de Ana Isabel y Wilder con la tarta de manzana de Miguel Hernández. «Volverás a mi huerto y a mi higuera…». Divago. 

21:30

Voy a la iglesia. Completas. Cierro la iglesia, voy a la casa abadía, escribo lo anterior.



Pero ¿no dirás nada del sol, de las flores, de los pajarillos, de las sensaciones del día?

Del sol diré que ha salido y se ha puesto puntualísimamente, como estaba previsto en mi agenda. 

De las flores no puedo decir nada porque caminaba yo absorto en la  lectura de «Una escala humana» y no he reparado en ellas. 

De los pajarillos sí, mira. A pesar de lo absorto que caminaba yo, me he  detenido en una plazuela al oír el canto de un pájaro que parecía llamarme. He mirado a un lado y a otro hasta que lo he descubierto. Era un canario enjaulado. 

La sensación térmica, cuando he salido de casa esta mañana, era de doce grados y medio. Ahora, a las 22:07, es de veinte grados. 

Y, ¿por qué diablos escribes todos esto?

«Necesitamos contar las historias de nuestras vidas y que otros nos cuenten las suyas… (antes de) que otros poderes nos impongan desde fuera sus relatos y adulteren a su antojo nuestras existencias». (CM-B)

Son las 22:14.