Vocación sacerdotal
Me dispongo a contar una de las mejores cosas que me han pasado en la vida.
Como estamos en el año sacerdotal voy a recordar lo que recuerdo de cómo fui, al parecer, llamado al sacerdocio. Primero mis padres, cuando se enteraron de que yo existía y de que no tardaría en nacer, rezaron diciéndole a Dios que si quería llamarme al sacerdocio ellos no se opondrían y se sentirían muy honrados. De esto, claro, no me acuerdo. Me lo contaron luego, cuando ya era sacerdote.
Luego nací y fui bautizado con los nombres de Francisco Javier -un sacerdote- y Nicolás -un obispo-. Esto último me hizo concebir esperanzas de promoción durante un tiempo. De mi nacimiento y bautismo tampoco tengo sino borrosos recuerdos pero hay fotos -del bautizo- y otros documentos y evidencias de ambas cosas.
Total que a la edad de cinco años me llevaron al colegio de Nuestra Señora de Loreto para que aprendiera a leer y adquiriera alguna otra habilidad. Aprendí a leer, en efecto, y -contra todos los pronósticos- aprendí también a escribir aunque malamente. De la catequesis para la primera comunión guardo un recuerdo muy especial: la Reverenda Madre Alcira nos dijo que pidiéramos la vocación sacerdotal a la Virgen. Supongo que a las niñas les diría otras cosas y que a los niños también nos dijo más cosas pero a mí se me quedó eso. Creo que durante un tiempo mis únicas oraciones eran esas que aprendí en la catequesis de primera comunión, a saber: antes de acostarme, "Virgen dame la vocación sacerdotal"; y, después de comulgar "Señor Jesús, gracias por venir a mi corazón, te pido por papá y por mamá, por la paz del mundo, por la iglesia y los sacerdotes, por los chinitos..." (no me acuerdo de más, pero era más larga y sigo recitándola después de cada comunión).
No tengo ni idea de cómo fue aunque recuerdo perfectamente cuándo fue. Cuando me llevaron al colegio de Nuestra Señora de las Maravillas -a los siete u ocho años- empecé a decir que quería ser sacerdote. El hermano mayor de un buen amigo me decía: eso lo dices ahora pero ya verás cómo se te pasa. Entre los ocho y los diez años seguí diciéndolo. Luego se me pasó.
Me llevaron a un colegio del Opus Dei que se llama Retamar. Allí no había monjas pero conocí a algunos de los sacerdotes más amables y buenos que he conocido en mi vida. Siempre estaban sonriendo y enseñaban cosas prácticas además de la doctrina católica. Durante esos años creo que no puse en práctica ninguna de las cosas prácticas que me enseñaron pero me enamoró la doctrina católica. Terminé COU y me matriculé en Derecho porque eso fue lo que hizo mi mejor amigo. Tendría unos dieciocho años.
Un domingo -era el día de las vocaciones sacerdotales, según creo- fui a Misa en mi parroquia -Nuestra Señora de Covadonga, sita en la plaza de Roma de Madrid- y llegué tarde. La iglesia estaba abarrotada y me quedé junto a la puerta. Un cura con barba -misionero, creo- decía que hacían falta curas. Eso creí entender, al menos. No hizo falta más. Supe que lo decía por mí. Me acerqué al confesonario de la izquierda y se lo conté todo a Don Julio. Luego volví a casa y le dije a mi padre que necesitaba hablar con él. Después de comer dimos -mi padre y yo- un largo paseo por El Retiro. En la calle de Goya esquina Velázquez -creo- le dije que quería ser cura y me preguntó que si es que no me gustaba el Derecho. Mi padre no era irónico. Luego me aconsejó que hablara con algún sacerdote que entendiera de esas cosas. Luego llamé al buen amigo por el que me había matriculado en Derecho. Quedamos en California 47. Le dije: Quiero ser cura. Y me contestó: Me casarás. En efecto, años más tarde me invitó a su boda y bendije su matrimonio en la Iglesia de Santa Bárbara, aunque me equivoqué un montón de veces.
El caso es que, siguiendo el consejo de mi padre, empecé a hablar regularmente -durante tres años- con un sacerdote al que había conocido en el colegio. Después vinieron los cinco años de estudio en la universidad de Navarra y la ordenación sacerdotal en Alicante un diecinueve de marzo de 1988. De la ordenación tengo pocos recuerdos y ningún recordatorio pero hay dos fotos -o tres- y algunas otras evidencias. ¿Por qué la gente no cree en los milagros?